tiempo recobrado
Hojas de otoño
Hay perdidas irreparables, heridas que permanecen abiertas, caminos nunca recorridos, pasos perdidos en la niebla
Dialéctica del amo y el esclavo
Punto omega
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Iniciar sesiónNadie mejor que Jacques Prévert ha descrito la perplejidad de la pérdida, esa mezcla de estupor y consternación que se siente tras el abandono de una mujer. «Se levantó, se puso el sombrero, llovía, se fue», escribe en 'Déjeuner du matin', uno de los ... poemas que más me gustan de este inclasificable creador, guionista y filósofo.
En poco más de cien palabras, Prévert describe a una mujer que remueve el azúcar en su café con leche en un bar, enciende un cigarrillo, exhala volutas de humo, se levanta sin mirar a su acompañante, se pone el sombrero y el abrigo y sale a la calle bajo la lluvia. No hace falta decir más.
Sólo en la última línea del poema, Prévert alude a los sentimientos en primera persona del hombre que está sentado frente a la mujer: «Lloré». Creo que era innecesario este final porque no hacía falta explicitar lo obvio: el dolor de la perdida, de la ruptura de la relación.
Prévert es un maestro en el uso del lenguaje mediante recursos como la aliteración y la repetición de las palabras, que utiliza para enfatizar el sentido de sus textos. En su juventud, estuvo fascinado por el surrealismo, luego se hizo comunista y acabó en un desencantado escepticismo. Murió en 1977 a los 77 años.
Hay otro poema del que ya he escrito en estas páginas en el que Prévert evoca el desengaño de un hombre que ve por casualidad como Bárbara, la mujer que ama, se echa en brazos de otro, un soldado a punto de partir para la guerra. Sucedió en una calle de Brest en medio de la lluvia: «Aquel hombre que te estrechaba amorosamente entre tus brazos, quizás ha muerto, ha desaparecido o vive todavía». El paso del tiempo no merma la desolación del enamorado, que revive el momento en el que sus esperanzas se fueron a pique.
En un concierto en el que canta la poesía de Prévert, Yves Montand recita el texto sin música y en un impresionante silencio del auditorio: «Corriste hacia él bajo la lluvia, empapada, embelesada, dichosa». El mismo sentimiento de abandono e impotencia de quien mira a la mujer que se aleja tras cruzar la puerta del café y sabe que no la volverá a ver.
Dicen que el tiempo todo lo cura, pero no es cierto. Hay perdidas irreparables, heridas que permanecen abiertas, caminos nunca recorridos, pasos perdidos en la niebla. Por muy felices que hayamos podido ser, por mucho que hayamos amado y por muchos regalos que nos haya hecho la vida, siempre hay una grieta en el alma por la que se cuela el desconsuelo.
Es en este intersticio invisible donde se aloja un dolor que evoca la fragilidad de la existencia, la crueldad incomprensible de la fatalidad y la conciencia de que casi nada está en nuestras manos. Somos lo que amamos, no lo que nos aman. Lo escribió Prévert. Por eso, estamos a merced de vendavales que nos arrastran como a las hojas de otoño.
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