LA TOURNEÉ DE DIOS
Un taxi a la infancia
No todo pasado fue mejor, pero tal vez sí más humano en su sonoridad
Un viaje a la Gloria
In vino veritas
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Iniciar sesiónEl otro día, al subir a un taxi me vi rodeada de sonidos artificiales: pitidos por el cinturón, avisos del GPS, zumbidos varios. Eso me suscitó una oleada de recuerdos: los sonidos de mi infancia. Una infancia tejida con una banda sonora que hoy apenas ... sobrevive, desplazada por las notificaciones digitales y los electrodomésticos inteligentes.
Los sábados tenían el golpe suave del cascar de huevos en el borde de un cuenco, que anunciaba la tortilla del almuerzo. Los domingos era la olla exprés la que marcaba la diferencia: ese silbido casi amenazante del cocido familiar. Y en verano, el calor tenía su propio ruido: un zumbido de cigarras que se filtraba en las habitaciones a través de las persianas echadas durante la siesta. En esas horas lentas a veces aparecía Tobalina, la vaquera. Llegaba al pueblo en la barcaza que cruzaba el río, precedida por el ronroneo de su destartalada Vespa cargada de botellas de aluminio. Sabíamos que de ese sonido saldría la nata amarilla y dulce de la merienda. Y cómo olvidar el timbre del teléfono fijo, colocado en una esquina del salón. Cuando sonaba durante la comida, todos nos mirábamos. Nadie se levantaba. Casi siempre eran las novias de mis hermanos adolescentes, y la curiosidad se mezclaba con el respeto impuesto en la mesa. Un timbre tan diferente al de los móviles de hoy era, para aquella niña, una llamada al misterio.
Cuando estábamos enfermos, otro sonido marcaba la diferencia: el golpecito del termómetro de mercurio al agitarlo. Ese clic seco formaba parte del ritual del cuidado. El silencio de la fiebre acunado por el murmullo lejano de la televisión, donde mis padres veían 'Qué grande es el cine', de Garci.
No todo pasado fue mejor, pero tal vez sí más humano en su sonoridad. Quizás lo que más echo de menos no sean los sonidos, sino el tiempo que habitaban, más conectado a lo físico. Tal vez por eso, cuando la voz enlatada del navegador indicó que había llegado a mi destino, no pude evitar sonreír. No se trata de nostalgia, o no sólo. Es más bien la certeza de que el viaje a la infancia nunca termina, y un sonido cualquiera basta para iniciarlo. Por eso yo siempre tengo el equipaje preparado.
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