LA TOURNÉE DE DIOS
Un viaje a la Gloria
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Iniciar sesiónEl Elevador da Glória, viejo escarabajo de hierro y saudade, trepaba –aunque últimamente a duras penas– la ladera que une la Praça dos Restauradores con el mirador de São Pedro de Alcântara, en Lisboa, como si arrastrara no solo cuerpos sino siglos. Nació en ... 1885, cuando los hombres aún creían que la ingeniería podía domesticar las colinas, y durante décadas fue un artefacto fiel: subía al obrero, bajaba a la costurera, y crujía su estructura de madera con la dignidad de quien conoce su utilidad sin necesidad de adornos. Esta conexión vertical fue clave para los lisboetas que necesitaban desplazarse a diario entre esos dos niveles tan contrastados del tejido callejero. Su lentitud, su traqueteo nostálgico y su eficiencia eran parte del paisaje y del alma de la ciudad.
Sin embargo, con el crecimiento del turismo masivo, el Elevador da Glória comenzó una transformación no oficial pero palpable: pasó de ser un servicio público funcional a convertirse en una atracción turística. Cada día, cientos de turistas hacían cola para subir en él, la mayoría solo para experimentar el corto trayecto y tomar fotografías. Este fenómeno fue desplazando progresivamente a los usuarios locales, que ya casi no podían utilizarlo por la saturación. Los tiempos cambiaban a ritmo turístico y así, lo que fue herramienta, se volvió decorado. El Elevador ya no servía a los lisboetas, que lo miraban de reojo, con el desencanto de quien ve a un viejo amigo disfrazado para una fiesta ridícula. No lo cuidaron. Lo sobrecargaron. Lo usaron como si fuera inmortal. Y el otro día –ay– pasó lo que algunos, en voz baja, ya temían: un accidente funesto, grotesco, casi teatral. El viejo tranvía, vencido por el exceso, gritó su límite con un estruendo que nadie quiso oír hasta que fue tarde. Una tragedia tal vez evitable, pues más que un fallo fue una consecuencia.
Lisboa, como tantas ciudades, se está convirtiendo en parque temático. Y sus máquinas –como sus gentes –son desplazadas, disecadas, malinterpretadas. El Elevador da Glória quería seguir siendo útil. Pero lo condenaron a ser un manoseado souvenir. Y los souvenirs no se quejan. Hasta que se rompen.
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