tiro al aire

Salvar al niño Yosef y al niño Ahmed

Los menores que sobrevivan continuarán siendo adiestrados para aborrecerse y aniquilarse. Y ya nadie sabe si alguien los podrá salvar

Me hice adicta de adolescente al cine bélico. De aquellos tiempos son 'Salvar al soldado Ryan', de Spielberg; 'La delgada línea roja' de Malick; 'Black Hawk down', de Ridley Scott... En la gran pantalla, como en la literatura, las guerras son ese huracán poético ... que atrapa tu mirada y hasta tu alma y te lleva en volandas hasta un falso estado de gloria. No la hay nunca en la muerte, por muy enemigo que sea al que le arrebatas la vida. Pero el género dispone de un lenguaje y unos elementos fascinantes para componer el relato: la lucha al límite, la competitividad del individuo, su supervivencia en la naturaleza, la defensa de unos valores idealizados en una bandera, el compañerismo en la trinchera, bla, bla, bla… Todo, valores supremos que suelen acicalarse con grandes discursos políticos e historias de amor. Si encima nos 'creemos' en el lado bueno el conjunto nos transporta a un estado superior triunfal.

El cine bélico es un arte brillantísimo cuando acierta y lo ha hecho muchas veces a ambos lados. A favor y en contra. Que 'Senderos de gloria' de Kubrick, antimilitarista, sea una de las mejores cintas bélicas de todos los tiempos lo confirma.

Los locos amantes del cine de guerra no necesitamos que el guion nos reconforte para disfrutar. Por eso, no suelo hablar mucho de mi afición al 'play' en bucle con 'Apocalypse Now' o a ver varias veces en pantalla gigante 'Enemigo a las puertas', 'En tierra hostil' o '1917'. Pero, si me pongo justiciera 'woke', creo que mi alma de espectadora bélica se salvaría porque nunca he sido capaz de terminar 'Masacre: ven y mira'. En la ficción, la guerra puede ser atractiva, pero te gira el cuello con dolor cuando las secuencias emanan realidad. Oiga, que somos humanos. Nos pasa con las imágenes que llegan de Israel.

El brutal ataque terrorista del sábado –¿qué dios os premiará por esos tenebrosos asesinatos de niños y violaciones a mujeres?– muestra un escenario infernal en el que las siguientes secuencias huelen a la sed de exterminio de 'Hotel Rwanda'. Israel anuncia masacre. Aquí, al contrario que el cine, no basta con apagar la pantalla o salirse de la sala.

Es incomprensible que un pueblo, cualquiera, se dedique al sometimiento y la aniquilación de su vecinos. Porque esa es la herencia que dejarán a sus hijos. Como si no supiéramos todos que el fanatismo religioso fermenta mejor con la pobreza y la opresión. Los niños Yosef y Ahmed, los que sobrevivan, continuarán siendo adiestrados para aborrecerse y aniquilarse el uno al otro. Y ya nadie sabe si alguien los podrá salvar. No porque no haya un Dios común al que pedir por ellos, sino porque demasiados actores de esta película bélica tan real no saben o no quieren escapar del lenguaje de la venganza y la búsqueda de la falsa gloria.

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