TIRO AL AIRE
Prestar libros, ¿para qué?
Dejas libros porque no tienes miedo a que te conozcan mejor
Oda a la nevera de playa
España en un Excel
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Iniciar sesiónDe todas las certezas ajenas, hay al menos una que no envidio. Estoy radicalmente en contra de no prestar libros. Será egoísmo: he recibido más de lo que he dado. O no. No llevo la cuenta. Claro que he perdido muchos por el camino –se ... vuelven a comprar, los de las editoriales también comen–. Pero también me he adentrado en mundos que nunca habría conocido de no ser por la generosidad de otros.
Como en una obra de teatro, hay tres partes clave en el rito de prestar un libro. La primera nace de la improvisación. Ese instante en el que el dueño hace 'click': este libro, esta persona. En una cena. En una visita a casa. No te ha dado tiempo casi a pensarlo. Es un flechazo. Una chispa de energía que te obliga a hacer algo que, quizá si reflexionas, no harías. Prestar, más natural que regalar. «Toma, llévatelo, tienes que leerlo, ya me cuentas».
He ahí el segundo momento clave: la entrega en mano. Dudas. Igual el libro no vuelve a tu biblioteca. O, más catastrofista todavía, te asalta aquel dicho: quien presta un libro pierde el libro y el amigo. Nudo en el estómago. A esto se aferran los anti, supongo. ¡Pero si lo natural es lo contrario! Leer el mismo libro refuerza el vínculo. Compartir páginas, historias y marco conceptual une más que un finde de festival, una cata de vinos o un salto en paracaídas. Tantas experiencias. Habrá otras uniones mentales más potentes, pero no se me ocurren. Más baratas, tampoco. Al prestar un libro, invitas a lo 'premium'. A algo que te ha fascinado. Aquel descubrimiento, ese clásico, esta locura. No dices «uf, éste, qué malo, purriela, a ver si opinas como yo». No. Das tu caviar, el reserva de tu bodega, tu gamba roja de Denia. Y tras esto, llega la tercera fase. No es un final. No es un desenlace. Es el enlace. La conversación. Has depositado un trozo de ti en las manos –la mente– de otra persona. Por eso el «ya me cuentas» habla de ti. Te arriesgas a la decepción. Pero hay que ser valiente. Sí, dejas libros porque no tienes miedo a que te conozcan mejor.
Mi amiga Juana me ha prestado uno este verano. Sabíamos –ella y yo– que me iba a gustar. No me imaginaba hasta qué punto. No sólo por la historia, la forma de narrar o la estructura. Es por los subrayados. Qué vuelco toparme con el primero. «¿Me has prestado un libro subrayado?», le escribí, como si ella no lo supiera ya. Entendí ahí que mi amiga no (solo) me ha sumergido en 200 páginas de su biblioteca, me ha dejado entrar en su alma.
Leo el libro (y a ella) y me pregunto cuántos libros he prestado subrayados y anotados. Cuánta información sobre mí esparcida en otras casas, sin control, en ejemplares que no regresaron. En manos de amigos que fueron. Y que quizá un día volverán a ser. Porque si aún compartimos un libro, todavía tenemos una conversación pendiente.
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