café con neurosis

Cuando muere un policía...

Cuando eso sucede, no son los ricos los que se sienten más inseguros, sino quienes no somos ricos y queremos vivir sin temor

Bautizar el cupo catalán

Argentina, Venezuela, Israel...

Cuando muere un policía en acto de servicio, su esposa o su marido, sus hijos, sus padres, sienten ese desgarro atroz que llega sin tocar a vísperas, como un monstruo cruel que, de repente, aparece en la vida de un hombre cuando iba a trabajar ... y no sabía que iba a morir.

Cuando muere un policía –o un guardia civil– los compañeros que lo conocían, los que compartieron guardias y patrullas, peligros y anécdotas, sienten la pena natural de no poder saludar nunca más a uno de los suyos, mientras los compañeros que nunca lo trataron advierten, con nitidez, las complejidades del trabajo que llevan a cabo cada día.

Cuando muere un agente del orden, esos ángeles de la guarda humanos que se dedican a procurar que nosotros estemos más seguros; que impiden que aumente la desaparición de menores; que logran que se pueda pasear por las calles sin el temor del tirón; que al entrar a la sucursal bancaria, o ante el cajero automático, no estés preocupado si te van a arrebatar los euros de tu cuenta que van a salir por una de las rendijas; o que sabes que si patrullan cerca de donde está una mujer –hija, madre, esposa o nieta– nadie se va a atrever a acosarla o secuestrarla hacia la horrible violación… Cuando eso sucede, no son los ricos los que se sienten más inseguros, sino quienes no somos ricos y queremos vivir en pueblos y ciudades, donde podamos dejar el modesto teléfono móvil sobre la mesa de la terraza de una cafetería, sin estar inquieto ante el temor de que alguien lo hurte.

Y cuando te informan de que un Gobierno legítimo, con objeto de asegurarse el apoyo de otros grupos políticos, prepara unas leyes que desprotejan a quienes nos protegen, reflexionas que el egoísmo político no puede llegar a tan repugnantes cotas de miseria, que conservar el poder no significa que esté permitido enviar a hombres y mujeres a las lesiones, la mutilación, quién sabe si a la muerte, mientras los violentos se aprovechan de la falta de armas de estos soldados del orden, y crecerán los tumultos en la calle, las tropelías en cualquier lugar, y los delitos en todas partes.

Pertenezco a la generación de mi colega y amigo, Antonio Pérez Henares, autor de 'Yo, que sí corrí, delante de los grises', y ante el anuncio de esta tropelía –no contra las Fuerzas del Orden, sino contra la sociedad española– siento la misma indignación de esa viuda que impidió que un ministro, arrodillado ante los herederos de quienes tantos agentes asesinaron en España, cometiera la indecencia de poner una medalla sobre un ataúd, del que tenía bastante responsabilidad. Y está claro que esta ruindad será ley, precisamente porque estos mezquinos saben muy bien lo que sucede cuando muere un policía…

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