café con neurosis
La ética desnortada
Cuando los delegados del Gobierno callan y no intervienen, en estos actos de exaltación al odio y hacia los familiares de los asesinados, es que nos vamos hundiendo en el cieno
Prófugo cum laude
La gaseosa y el sifón
Sería terrible que, en un pueblo de España, un hijo paseara por sus calles, y se encontrara por las paredes con el retrato de la persona que violó a su madre, y otros violadores semejantes que hicieron lo mismo, con textos halagadores hacia los criminales, ... y peticiones de que salgan de la cárcel. Y ya, en el delirio de la vejación, que la alcaldesa de ese pueblo hubiera formado parte de la banda de violadores, años atrás, ayudando a que consumaran sus delitos. Pues cambien la violación por el asesinato –el tiro en la nuca, o la bomba bajo el automóvil de la víctima– y eso ocurre en algunos pueblos del País Vasco, amen de otros actos de homenaje a los violadores, quiero decir a los asesinos.
Hemos degenerado en una ética desnortada y sectaria, donde la violación aparece como una fechoría más grave que quitarle la vida a otra persona. Más aún, hace un año, en un momento de euforia, el entonces presidente de la Federación de Fútbol le dio, en público, un piquito en los labios a una de las jugadoras de la selección, sin que ni ella, ni el resto de las compañeras, le concedieran mayor importancia (como se demuestra en las grabaciones posteriores, dentro del autocar). Pues bien, esta acción, que pasó inadvertida para la mayoría de las personas que lo contemplaron, se convirtió en la mayor ofensa hacia las mujeres, según la valoración del sector talibán del feminismo.
Y aplaudo las medidas severas contra los abusos machistas, pero me sorprende que, en determinadas autonomías, el asesinato siga siendo considerado como un acto necesario para conseguir la libertad de un pueblo.
¿Les parecería bien que se violara a las esposas e hijas de los guardias civiles, militares, policías y jueces, porque una banda, llamada BETA (Bortxaketa Euzkadi Ta Askatasuna), es decir, 'Violación, País Vasco y Libertad', consideraran un medio ineludible para los objetivos secesionistas? ¿Se imaginan, hace no tantos años, en esos lugares, comentar que habían violado a la hija de un juez, y que algunos vecinos comentaran «algo habrá hecho»?
Cuando la ética degenera, y se transforma en sectaria, y los delincuentes son buena gente si son de los nuestros y, si los meten en la cárcel se les amnistía, mientras el más leve delito del contrario es el crimen más aborrecible, vamos hacia una sociedad injusta, que terminará por enfrentarse desde el odio, camino de su destrucción.
Cuando los delegados del Gobierno –por cobardía o por interés– callan y no intervienen, en estos actos de exaltación al odio y denigración hacia los familiares de los asesinados, es que nos vamos hundiendo en el cieno, no sólo los egoístas apaleadores de la boñigas, sino todos nosotros, porque el derribo de la ética es el preludio de la ruina de cualquier sociedad.