CAFÉ CON NEUROSIS

El cambio perpeuto

La decadencia que anunciaba Spengler –ética, económica y espiritual– se hace patente en el día a día

Normalidad española... singular

Las embajadas separatistas

Antes de que Alvin Toffler, en los 70, sacudiera nuestra modorra con «El shock del futuro», ya le había escuchado a Amando de Miguel, en más de una ocasión, decir que el hijo de un pastor del XVII, a los 13 o 14 años, ... ya había aprendido, y aplicaba, los conocimientos fundamentales que le servirían a lo largo de su vida.

Hace poco, en una charla sobre la humanización de la Medicina, escuché a Ernesto Sáenz de Buruaga, afirmar que, más que vivir en una época de cambios, ya estamos viviendo en un cambio de época.

La primera vez que paseé por la calle de Antibes, de Cannes, o el paseo de la Croisette, creo que tenía poco más de 20 años, y me quedé estupefacto, cuando observé un cartel que anunciaba una peluquería para perros. Venía de una ciudad provinciana, Zaragoza, y una dictadura en un país atrasado y pobre, que todavía no había comenzado a despegar. Ya en el siglo XXI, hace unas semanas, iba a ver a mi hijo, por la carretera de San Lorenzo del Escorial, y en un muro se anunciaba un «can resort», es decir, una residencia para perros, pero de lujo, donde me imagino que el servicio de peluquería estará ya incluido. Si a mí me hubieran dicho, cuando paseaba por Cannes como un viajero misacantano que, en el futuro, en España, habría más de nueve millones de perros y apenas ocho millones de niños, me hubiera parecido una fábula de novelista. Sin embargo, a pesar de la inteligencia artificial, de la adicción a las redes, de que cuando llamas a cualquier empresa, ya te contesta un robot, de que ya poco de lo que aprendiste tiene la utilidad que tenía para el hijo del pastor, observo que este cambio perpetuo se aposenta en transformaciones clásicas.

Por comenzar en lo próximo, observo que, en este primer cuarto del siglo XXI, Pedro I, El Mentiroso, ha reproducido el Frente Popular de 1936: la unión de socialistas, comunistas y separatistas. Asimismo, no se queman iglesias, ni la extrema derecha alberga pistoleros, pero el éxito de haber levantado un muro, donde cualquier centrista es un traidor, cada día es más alto, y hay que reconocerle el éxito a Pedro I, El Mentiroso. Ya sólo falta que –cómo ocurrió en 1936– el Frente Popular del siglo XXI robe las elecciones próximas y provoque un pucherazo miserable que, por cierto, fue el pistoletazo de salida de la guerra civil.

Por el exterior sucede algo semejante. La decadencia que anunciaba Spengler –ética, económica y espiritual– se hace patente en el día a día, y los ciudadanos aclaman a los que exhiben una motosierra o, con fanfarronería de taberna, dicen que van a acabar con una guerra en 24 horas. Porque la guerra no la quiere nadie. Y los pacifistas tienen una fórmula que siempre ha sido eficaz: rendirse.

Y ya hay desfiles de ropa para perros. Putin, sonríe satisfecho: el cambio es sólo una cuestión de tiempo.

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