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La tercera

Médicos y abogados

«Una de las personas con las que trabé más amistad en aquel Berlín de los años cincuenta fue un médico gallego, cirujano, que me dio valiosos consejos y que por entonces tenía claro que la política debía estar dirigida no por abogados sino por médicos»

Moderación, antídoto de lo reaccionario (15/8/2023)

Leer, en plural (14/8/2023)

carbajo

José María Carrascal

En aquel Berlín de los años cincuenta del pasado siglo, con cuatro ejércitos de ocupación y repartido entre el Este y el Oeste, se encontraba uno con todo tipos de personajes, espías la inmensa mayoría (se rumoreaba que existía un listín telefónico que los ... incluía en sus páginas azules, pero yo no llegué nunca a verlo) junto a prófugos de uno y otro bando, contrabandistas, vendedores de rumores y gente que no se sabía de qué ni dónde vivía, ya que hasta que se levantó el Muro (1961), el tráfico entre los dos berlines estaba abierto, tanto para peatones como para quienes iban en coche, además de los dos metros, el subterráneo y el elevado. Como puede imaginarse, la sorpresa le esperaba a uno tras cada esquina, y algunas de ellas merecen pasar a la historia de la Guerra Fría. Como que al aeropuerto de Tempelhof, minúsculo, sólo podían llegar aviones de las tres potencias occidentales, Pan American, Air France y British Airway; aunque tal vez la mayor excentricidad era que el restaurante de más categoría y más buscado era la Maison de France, en el mismo centro de la parte occidental, donde los alemanes no podían entrar si no era acompañados de un extranjero, no importaba de qué país. Había distintas teorías sobre tal exclusión. La más creíble era que se trataba de dejar claro que los franceses había ganado la última guerra a los alemanes.

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