La tercera
Charlie
Tenemos un chaval de Murcia que ha llegado a la cima antes que nadie. A pulso. Cada vez habrá más que quieran imitarlo
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Me excuso ante mis colegas de Deportes por entrar en su huerto. Mi ánimo no es robarles ninguna manzana, sino compartir con ellos una idea que me ha surgido del meteórico ascenso del chaval de El Palmar hasta coronarse en la 'catedral' del tenis. Ha ... batido todos los récords y hecho dudar de que el fútbol sea nuestro deporte favorito. Bueno, favorito, sí, porque todos empezamos a jugar con una pelota de goma –o incluso de trapo– en la calle, con dos piedras marcando las porterías y el portero alerta al gritar «¡cuidado que viene un coche!». Al menos fue lo que hizo mi generación. Pero ante la proeza de Carlos Alcaraz y, sobre todo, al hacer recuento de los éxitos españoles, mujeres y hombres, me pregunto si no se nos da mejor la raqueta.
Comenzó, va a hacer pronto un siglo, Lilí Álvarez, y desde entonces nunca han faltado españoles y españolas en los principales torneos, ganando algunos de ellos, pese a que en España las pistas de tenis se contaban con los dedos de las manos. Santana fue el que demostró que podíamos con los mejores y desde entonces no ha parado, con Nadal como el más longevo en las alturas, donde aún lucha. Para conectar directamente con Carlos Alcaraz, al que los que entienden de eso auguran un largo reinado. Al menos ha llegado a la cima antes de fenómenos como Borj, Laver, Sampras o Djokovic.
Aquí me permitirán hacer un inciso porque en otro caso estallo: para mí, el mejor tenista de todos los tiempos, y dudo de que en el futuro surja alguien que pueda superarlo, es el suizo Roger Federer, hasta el punto de que me alegra haber vivido en su largo reinado del tenis mundial. La razón no es que dominase todos los golpes, sino que los convertía en arte. Su revés cruzado a una mano convertía su brazo en el arco del violín de Yehudi Menuhin tocando la 'Sonata a Kreutzer'.
Carlos ha tomado de él la norma de que cualquier error hay que corregirlo de inmediato para que no cause mayores daños. Generalmente con un saque indevolvible. Pero eso no es arte, es deporte. Está visto que Carlos Alcaraz ha nacido para el tenis. Es lo que más le divierte en este mundo e incluso lo único que le divierte.
De ahí que sus baches en el juego lleguen cuando está dominando. Se aburre, y si enfrente tiene un rival listo y capaz, lo aprovecha para ganarle algún punto. Pero entonces Carlos recobra la iniciativa, vuelve a encontrar la T del contrario, a sorprenderlo con dejadas inauditas y termina ganando ante la sorpresa de todos, especialmente el contrario, que ha sido la tónica mantenida a lo largo del último Wimbledon, donde fue dejando los cadáveres de la flor y nata del tenis mundial a un lado y otro de la pista. Y eso que apenas había jugado sobre hierba. ¿Qué va a hacer cuando se habitúe a ella? Si no está ya habituado...
Pero volvamos a mi tesis inicial de que el tenis es el deporte que mejor se nos da. ¿Cuál es la causa? Pienso que varias, empezando por el hecho de ser un deporte individual, es decir, que enfrenta a dos jugadores mano a mano, nunca mejor dicho. Lo que coincide con nuestro individualismo, que nos ha jugado malas pasadas en otros campos, especialmente el político, donde la cohesión, o acción conjunta, es fundamental.
El fútbol es el mejor ejemplo: once jugadores dispuestos a meter la pelota en la meta contraria. Lo que resulta más difícil de lo que parece porque hay otros once dispuestos a impedirlo. Sin una buena táctica, sin una estrategia capaz de romper las defensas contrarias, es imposible conseguirlo. Se me dirá que hemos conseguido éxitos, un campeonato mundial incluido, junto a numerosos europeos. Pero estos son de los equipos, Madrid y Barcelona especialmente. Que están llenos de jugadores extranjeros. De hecho, el auge internacional del fútbol español empezó cuando los clubes citados empezaron a fichar a grandes futbolistas extranjeros. Fueron los Kubala, los Di Stéfano, los Ben Barek, los Puskas, los Ronaldinho o los Messi los que elevaron el nivel de nuestro fútbol, y aunque tuvimos jugadores lo suficientemente buenos para ser fichados por equipos extranjeros, como el recientemente fallecido Luis Suárez, nunca alcanzaron el número y nivel de los que importábamos. Aunque debo advertir que esto también se va a acabar, habiendo entrado en la puja los magnates del petróleo, dispuestos a pagar lo que sea por alguien que marque goles. Si bien cada vez habrá más africanos en todas las ligas, como hasta ahora la gran cantera eran los iberoamericanos. Pero a unos chavales que aprendieron a jugar al fútbol en el desierto y están dispuestos a jugarse la vida cruzando el Mediterráneo para que los fiche el Madrid, el Paris Saint-Germain, el Bayern de Múnich o el Manchester, no hay quien se les ponga delante.
El tenis, como decía, es otra cosa. Requiere unas canchas e instalaciones perfectamente cuidadas para adaptarse ya desde muy niños a sus tres variantes: hierba, polvo de ladrillo y cemento. Requiere también preparadores. Que no hay, pues se largan si pueden. España, en cambio, ofrece la oportunidad de jugar todo el año, con los mejores maestros, ya que dos de ellos han sido números uno del mundo. Y ahora tenemos un chaval de una pedanía de Murcia que ha llegado a la cima antes que nadie. A pulso. Cada vez habrá más que quieran imitarlo. Trabajo les mando porque a Carlos Alcaraz sólo le falta una cosa para ser el campeón mundial del tenis: hablar un buen inglés. De entrada, ya le han puesto un sobrenombre en ese idioma. Charlie, que no significa exactamente Carlitos, sino 'this nice fellow except playing tennis'.
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