la suerte contraria
Nosotros, los superiores
Nunca he comprendido por qué los inmigrantes que viven en España son, por lo general, tan pacíficos
El nuevo Movimiento Nacional
Y ahora la prostitución homosexual
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Iniciar sesiónCuando comencé a trabajar en aquel hotel de Londres, me hicieron una ficha con el nombre, la edad, etc. Cuando llegué a la parte de «raza» marqué la casilla en la que ponía «blanco», pero aquellas chicas lo tacharon y, mascando chicle, pusieron por ... mí la equis de «hispano». Hasta ese momento jamás pensé que yo no fuera blanco, pero me lo aclararon rápido: «Blancos somos nosotros. Tú no». No creo que se refirieran solo al color de piel, la cosa iba más allá y apuntaba a lo cultural. Ya puedes ser albino, que, si has nacido en España, no eres blanco. Porque lo que quieren decir es que no eres como ellos. Y, por supuesto, no conozco a nadie que cuando reivindique ser diferente a ti esté reivindicando ser inferior. Así que la casilla «blanco», era, en realidad, la casilla de: «Nosotros, los superiores».
Comencé ahí a generar un resentimiento que creció en forma de desprecio. Era el año 2000 y un editorial en ‘The Times’ se refería a Europa como «esos países de pasado fascista». Les habría tirado a Cervantes a la cara, pero, en vez de eso, trabajé para ellos, limpié su mierda, recogí su basura y aguanté sus borracheras sintiendo en todo momento su desprecio, su ignorancia y aquella superioridad con la que se referían a mi país, a mi religión y a mi cultura. Me acabé yendo, pero, de haberme quedado, lo habría hecho en una casa con una bandera de España y tres cabezas de toros en el salón, un cuadro de la Inmaculada Concepción en la cocina y otro de Juan de Austria sobre la cama, para recordar cada día las guerras contra los protestantes. Yo me someto a la ley, porque soy una persona civilizada. Pero a su cultura, ni loco. Y por el mismo motivo.
Si un español hubiera sido acusado entonces de agredir a un anciano de Essex, yo habría defendido al anciano. Pero si, como represalia, los ultras ingleses se hubieran organizado para agredir a todos los españoles que se encontraran, no habría dudado en salir a defender a mi gente de esos bárbaros analfabetos y violentos. Porque es posible que mi compatriota sea un agresor. Pero mi país, mi gente y mi fe se merecen un respeto.
Nunca he comprendido por qué los inmigrantes que viven en España son, por lo general, tan pacíficos. Yo no lo sería si escuchara diariamente a esta gentuza identificar mi tierra, mi religión o mi cultura con la delincuencia y me hicieran sentir inferior por haber nacido trece kilómetros al sur de Tarifa. Yo me habría organizado política y literariamente en Londres para, cumpliendo todas las leyes, dejar claro que jamás voy a asimilarme culturalmente a quien agrede a mi patria. Exigiría a Scotland Yard que, como ciudadano que cumple las leyes, me proteja de aquellos que dedican sus noches a no cumplirla. Porque los bandos no son españoles contra musulmanes; la inmensa mayoría de los musulmanes no delinquen y la inmensa mayoría de los españoles no son unos fascistas. Los bandos son barbarie contra civilización. Es decir: a una esquina los delincuentes. Y a la otra «nosotros, los superiores».
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