LA HUELLA SONORA
Kroos: el arte de cortarse la coleta
Es el acto de mayor elegancia posible: retirarse a tiempo, justo en el momento que comienzas a sospechar que un minuto más sería intolerable
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Iniciar sesiónArrastrarse en Arabia, inflarse a ganar dinero en Qatar, perder la dignidad en China o, peor aún, irse a Miami como un hortera a pegar pases de cuarenta metros que nadie recibirá porque, para que comprendan tu dedito, necesitan un anuncio previo, una traducción a ... yardas y un burofax. No son más que otras formas de estirar el meñique ante la vida. Frente a ello, la dignidad, el silencio, el adiós tranquilo y desafectado de un hombre que se va jugando una final tras la cual ya no habrá nada. Es el acto de mayor elegancia posible: retirarse a tiempo, justo en el momento que comienzas a sospechar que un minuto más sería intolerable. No hace falte que lo sepa el resto, sobra con que lo sepas tú. Porque al otro lado de la vulgaridad está el olvido, el fin de la leyenda, el arrepentimiento de no haber sabido irse cuando tocaba. Y entonces los que te piden que te quedes te reprocharán que lo hayas hecho. Y llega el sentimiento de fracaso, que no es normal pese a que de tanto verlo lo comencemos a ver como estándar, inevitable, algo a lo que hay que de adaptarse. Y entonces fracasaremos sin saberlo, fracasaremos creyendo que es la manera en la que acaban las cosas. Peor aún: fracasaremos pensando que estamos triunfando.
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Vete, Toni. Sigue tu instinto y huye sin hacer ruido a cortarte la coleta frente al espejo. Hay que hacerlo en algún momento y solo uno sabe cuál es. Se trata de salvaguardar la dignidad, la belleza y el aura sagrada de los mitos antes de que se agote la luz de los alamares.
La mediocridad solo lleva a la mediocridad y de ahí no se sale. Solo uno sabe dónde está la frontera, el paso intolerable, el límite impreciso. Sólo tú lo sabes porque sólo tú te comprendes. Ni si quiera del todo. Y ni siquiera siempre.
Cortarse la coleta es hacerle la eutanasia al fracaso. Podarte para seguir. Cortarse la coleta es un último acto de elegancia y de dignidad hacia ti mismo y hacia los que te admiran. Así que mejor cortarse la coleta en el albero de Wembley que ahogarse en la mediocridad de la incapacidad, luchando por volver a ser el que fuiste en la medianía de las plazas de tercera, allá donde no sabe ni toro ni torero. Cortarse la coleta, brindar con ella en la mano desde los medios y tirarla al suelo de Londres en una última faena pletórica. Eso es todo.
Y después la gloria, los restos de una vida que se va, la espera de otra que no llega, pero que lo hará. Y entonces no pensarás en este día como en el final de nada sino como en la introducción a todo lo bello que estaba por venir. Hay una gran parte en todo ello que no depende de ti, pero la que sí que lo hace debe encontrar alegría, entusiasmo y elegancia para hacerse presente. Por eso has de cortarte la coleta y situar aquí la gran elipsis que nos lleve directos al capítulo dos. Lo reconocerás porque empieza con una carcajada, una mirada al cielo y una íntima e inexplicable sensación de victoria. Y, mientras tanto, el resto seguiremos aplaudiendo el ejemplo inalcanzable del que siempre supo que después del Madrid no había nada. Hasta que nos duelan las manos, Toni. Hasta que nos duelan las manos.
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