Suscribete a
ABC Premium

la suerte contraria

Joaquín

Lo importante es que aquella noche te vi como el mismo turista que yo fui una vez, como ese tipo que un día llegó a Madrid

No vayas al Louis (1/12/2023)

Ni democráticos ni progresistas (15/12/2023)

José F. Peláez

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Joaquín, te vi el miércoles, te escribí el miércoles, pero se me quedaron demasiadas palabras por decir y las voy a decir precisamente ahora, en esta columna urgente desde la esquina del ABC, que es la mejor esquina de España porque hace chaflán y ... tiene el suelo limpio, como esos trozos de calle de Madrid que dan a portales con portera. Yo soy la portera. Tú eres Madrid. Y de eso quería hablarte. Te había visto en muchos lugares antes, pero nunca entre Goya y Jorge Juan. Aunque he de decir que yo entré a tu concierto por Fuente del Berro porque me acuerdo de Aute y a veces hago ese tipo de tonterías. No me lo tomes en cuenta. Lo que quería decirte es que lo he comprendido todo, de repente, como preso de una epifanía o como si estuviera nadando de espaldas en un estado de gracia que me hizo sentirlo todo, resignificarlo todo, oír lo de siempre, pero por vez primera. Lo malo es que ya se me ha olvidado. Quizá fue el estrés, quizá la cerveza. Lo importante es que, entre el frío de aquella noche de diciembre, te miré y, por una vez, me sentí parte de Madrid. Cuando el dedo apunta a la luna, solo el idiota y el poeta miran al dedo. Porque la luna es siempre la misma. Pero el dedo no. Cada dedo subraya unas cosas. Por eso puede que Madrid sea la luna, pero tú eres el dedo que apunta a Madrid. Y yo el idiota que miraba. Porque, hasta ese momento, yo había sido solo un visitante, un turista con cama, un amante fijo discontinuo que se limitaba al sexo porque reservaba el amor para casa. Será la culpa, supongo. O, que en realidad, no hay tanto amor que dar. Hay cierto provincianismo en mi actitud, lo sé: «Camino entre vosotros, pero no soy uno de vosotros». Pero qué más da. Lo importante es que aquella noche te vi como el mismo turista que yo fui una vez, como ese tipo que un día llegó a Madrid con el estúpido delirio de poder controlarlo. Como si se pudiera, como si se eligiera, como si el amor se limitara a escoger un dentífrico o una crema para las manos. No, no se puede controlar Madrid, no se puede contemporizar un sentimiento. Y, de repente, un día uno entiende que ya está, que no hay nada que hacer, que formas parte de la ciudad y que estás de barro hasta las rodillas.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia