EN OBSERVACIÓN
Ursula, pipera del Bernabéu
Confiar en que la UE nos salve de un atropello es reconocer nuestro fracaso como nación
Democracia, en otras palabras
Memoria democrática de la pedida de Begoña
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Iniciar sesiónPensó primero en llevarla a los toros, que hasta no hace mucho era lo canónico en cualquier visita de carácter promocional o turístico, pero entre lo del idioma –«¿cómo se dice arrimarse en inglés?», preguntó– y lo del fango que bulle a borbotones en los ... tendidos, desechó el plan de Las Ventas. «Mejor te la llevas al Bernabéu, que ponen el partido en pantallas gigantes, y te quitas de líos y complicaciones, que está la feria este año como para ir con forasteros». Alberto Núñez Feijóo hizo caso a sus asesores y se fue con Ursula von der Leyen a seguir la final del sábado por la tele. «Verlo en el Santiago Bernabéu (al lado de una alemana) ha sido una experiencia inolvidable», escribió el líder del PP en la colorista postal tuitera que envió esa misma noche. La experiencia fue tan inolvidable que al día siguiente, en un mitin celebrado en Zaragoza, Feijóo se confesó convencido de que la Unión Europea frenará la ley de amnistía y no dejará –dijo– «pasar este atropello».
El convencimiento de que las autoridades de la UE frenen los atropellos domésticos –ganar en los despachos lo perdido en las urnas, videoarbitraje de pantalla gigante– surge de los tiempos de Zapatero, cuando claudicó y recortó el gasto por la parte de las pensiones y de los funcionarios, por sugerencias externas y con todo el dolor de su corazón. Aquel sosiego que parecía proporcionar Bruselas ante cualquier atropello, descarrilamiento o simple ejercicio de conducción temeraria ha dado paso a una indolencia comunitaria que aquí se traduce en posibilismo, primero, y desamparo, después. El golpe de Estado que tramó el separatismo en vísperas de 1-O nunca dejó de ser un «asunto interno» para los dirigentes de la UE, y mira que les preguntaron veces por lo que sucedía en el Parlamento catalán. La euroorden cursada por Llarena contra Puigdemont y la banda del maletero se la pasó la Justicia belga por debajo de la toga. Las cifras de déficit y deuda pública, por no insistir en la nómina de las pensiones, que en cuatro semanas hay bote y paga extra, son toleradas desde la pandemia por quienes también hacen la vista gorda con los fijos discontinuos y otras cosas igual de chulísimas de nuestro alegre mercado laboral y asistencial. Ahora vamos a esperar sentados, en Las Ventas o en el Bernabéu, comiendo pipas, a que la Unión Europea nos salve por lo prejudicial del atropello de la amnistía, como en 'La segunda oportunidad' de Paco Costas y con Puigdemont volviendo al maletero. Moviola o videoabitraje, verlo al lado de una alemana puede ser una experiencia inolvidable.
Confiar en que sea Europa la que corrija nuestros errores –ya reincidentes, y premeditados, siempre en función de unas encuestas que de forma unánime anuncian para este domingo el indulto electoral y taurino del sanchismo– quizá solo sea ya la expresión de una frustración que nace de la impotencia doméstica. El atropello que denuncia en Bruselas el líder del PP no es el resultado de una simple imprudencia al volante: la víctima, tendida en el asfalto, es arrollada por una caravana de autobuses en la que viaja, por millones, la mayoría social. Esto siempre fue un «asunto interno». Necrosis, diría un internista.
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