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en observación

Al servicio de Su Majestad

Enrique de Sussex contribuye al fortalecimiento de la Corona británica

Jesús Lillo

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Se nos cae la baba cada vez que la Corona británica se viste de luto o boda, celebra un jubileo, pronuncia en Westminster un discurso dictado por Downing St. o acude a un servicio religioso en Sandringham. Cuánta excelencia, suspiramos desde el páramo escenográfico de ... una monarquía parlamentaria que en nuestro régimen del 78 se ha movido de la campechanía al rigor casi 'mortis', sin concesiones al entretenimiento de masas y de espaldas a la pompa y el vodevil palaciego que desde mediados del siglo pasado ha convertido a los Windsor en superestrellas de un parque inmaterial de atracciones. El espectáculo no solo debe continuar, sino renovarse, y ahí está Enrique, Duque de Essex, para dejarse la piel, blanca y pecosa, fundida en negro, sobre las tablas y las páginas de su libro de memorias. El Príncipe Enrique se entrega a la causa más noble y nobiliaria que ha conocido: la Corona. Al servicio de Su Majestad, hasta dejar Buckingham como un solar de los Mohedano o los Grimaldi, pioneros de la trasfusión/confusión de sangre azul y caliente. No hay 'annus horribilis' que por bien no venga a una empresa cultural, sector de las variedades, cuya única función reconocida y reconocible ha sido la de distraer al público, con traje de gran gala o en paños menores.

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