Sánchez prefiere vivir de rodillas

Ese timo de la estampita constante en que ha convertido la política causa un daño grave a España

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Se atribuye a Dolores Ibarruri, 'Pasionaria', la célebre proclama de «mejor morir de pie que vivir de rodillas». Otras fuentes aseguran que el autor del aforismo fue el revolucionario mexicano Pancho Villa, e incluso se habla del Che Guevara. Fuera quien fuese, era de ... izquierdas. Un progresista, según la terminología actual, imbuido del pundonor suficiente como para preferir la muerte a la abdicación de su dignidad y sus principios. O sea, exactamente lo opuesto a Pedro Sánchez, quien ha elegido vivir de rodillas ante Puigdemont, a costa de renegar de cuanto aseguraba defender y hacerse cómplice directo de su insolidaridad y xenofobia a través de esas cesiones. Si a la primera de cambio entrega cuanto le piden con tal de salvar dos decretos ¿qué no estará dispuesto a ceder cuando suba la apuesta? ¿Por qué barrizal no se arrastraría si estuviese en juego su integridad y no solo su poltrona? Con tanto como presume de «progresía», el líder del PSOE constituye el paradigma de la ambición más descarnada, el interés personal puro y duro, el desprecio absoluto por la decencia, la ausencia total de convicciones.

Nada de lo sucedido el miércoles en el Senado puede sorprendernos, salvo tal vez el volumen de lo conseguido por los chantajistas y la facilidad con la que doblegaron la voluntad del chantajeado. Ni ellos mismos terminan de dar crédito a su suerte. De ahí su euforia desatada, el modo en que se deleitan incrementando la humillación del presidente y su partido en cada declaración a los medios. Aducen los fontaneros de la Moncloa, Bolaños, Montero y Cerdán, que ya vendrá el tío Paco con la rebaja, que lo prometido es humo, que en realidad han marcado un gol al prófugo al obtener su respaldo a cambio de promesas, puesto que a la hora de la verdad, siguiendo su costumbre, el jefe del Gobierno dirá digo donde dijo Diego. (No lo dicen así, aunque eso es lo que quieren decir.) Lo malo es que ese mensaje, esa entronización del chalaneo, esa huida sistemática hacia adelante a lomos de la mentira, ese timo de la estampita constante en que Sánchez ha convertido la política española, tiene repercusiones fuera de nuestras fronteras. Consecuencias gravísimas, que el año pasado se tradujeron en una reducción de la inversión extranjera cercana al 25 por ciento. Aquí todos conocemos al que manda, aunque muchos lo sigan votando con tal de frenar a una derecha de la que excluyen, incomprensiblemente, al PNV y a Junts. En el mundo, Sánchez es lo de menos. Ni siquiera lo conocen. La que pierde credibilidad es España, etiquetada como insegura desde el punto de vista jurídico, inestable, bananera. Todo lo cual arrima agua al molino del separatismo triunfante, empeñado en destruir esta nación centenaria. Su unidad, su marco legal, su buen nombre.

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