el contrapunto
Nostalgia de la niñez
Los hijos conservan siempre el poder de evocar en nosotros la imagen que vieron de ellos Sus Majestades de Oriente
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El día de Reyes y su víspera son, de largo, mis fechas favoritas del año. Vuelvo la vista hacia el pasado y me veo a mí misma aguardando impaciente la llegada de Melchor, Gaspar y Baltasar, o bien ayudándoles a aderezar el escenario de su ... visita del modo más convincente en aras de preservar la ilusión de mis hijos el mayor tiempo posible. Ese es el recuerdo que perdura con más fuerza y revive ahora, multiplicado, al repetirse la historia en las personitas de mis nietos; el premio impagable que nos da la vida cuando más lo necesitamos. Lo de menos son y siempre fueron los regalos. Lo importante sigue siendo la sorpresa, la magia, las miradas cargadas de gozosa incredulidad, la expresión de sus caritas, la inocencia conservada como el preciado tesoro que es.
Si en algo se ha empobrecido España en las últimas décadas es en esa riqueza formidable que representan los niños. En todos los sentidos. No solo porque su infancia se acorta y pervierte a través de las pantallas, los teléfonos móviles, las redes sociales, la inmersión prematura y brutal en un universo ajeno a los juegos y lecturas que antaño fomentaban su imaginación, invitándoles a soñar, sino porque se diría que sobran, que constituyen un lastre para los adultos, que restan posibilidades de desarrollo a sus padres. Hemos llegado al extremo de que nuestros hogares acogen a más mascotas que hijos. La natalidad está por los suelos, superando su propio récord a la baja en cada recuento. Nunca tantas mujeres y hombres 'célebres' dieron un paso al frente para reivindicar públicamente su decisión de renunciar a la maternidad o paternidad, alegando los argumentos más peregrinos: desde su desencanto con este mundo al que no quieren traer nuevas 'víctimas', hasta su determinación de contribuir a la sostenibilidad del planeta evitando reproducirse.
Los niños ya no parecen ser bienes en sí mismos, sino una suerte de propiedad cuyo coste es preciso calibrar meticulosamente antes de lanzarse a realizarla inversión. Los niños salen demasiado caros, se dice, mientras se programan las próximas vacaciones en algún lugar exótico. Los niños son incompatibles con la incorporación de la mujer al mercado laboral, se afirma, ignorando el hecho de que la mujer siempre ha trabajado, primero recolectando, después en el campo, en las fábricas o en las empresas. Los niños restan libertad, es cierto, aunque no lo es menos que, a cambio, dan sentido a nuestra existencia, nos permiten trascenderla y, por encima de todo, nos enseñan a amar. Amar sin condición, sin reservas, sin límites, incluso cuando dejan de serlo. Porque a nuestros ojos, al menos a los míos, los hijos conservan siempre el poder de evocar en nosotros la imagen que vieron de ellos Sus Majestades de Oriente, llegadas esta mañana cargadas de felicidad.
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