una raya en el agua

Teresa o la fuerza del instinto

Lo que la convirtió en diva de la televisión fue su mezcla de carisma, autenticidad, empatía e intuición comunicativa

Una parodia de Tarradellas (4/9/23)

La legislatura anómica (3/9/23)

Hoy no ensuciaré con la matraca de Puigdemont el luto por María Teresa Campos. Aunque ella misma, dueña de un poderoso conocimiento de la jerarquía de las noticias, no habría permitido que la de su propia muerte fuese por delante de la actualidad política. Ésa ... fue la clave que la convirtió en una leyenda de la televisión en España: una formidable perspicacia comunicativa, un sentido del oficio aprendido a base de intuición y enriquecido con ese toque de magnetismo personal que solemos llamar carisma. Su condición de pionera, de precursora de formatos y estilos, no era producto de ninguna escuela periodística sino de un instinto natural para detectar la garra informativa y para transmitirla al público con una mezcla de confianza, autenticidad, populismo y empatía. Fuera del plató, caminando del brazo de una asistente, mostraba a menudo la irritabilidad caprichosa y mutable de una diva, pero cuando se asomaba a la pantalla desplegaba el aplomo de una actriz curtida, la espontaneidad casera de una vecina y un dominio situacional capaz de eclipsar su humanidad quebradiza en cuanto dirigía la mirada hacia una cámara con la luz roja encendida. Así son las estrellas: contradictorias, autocontemplativas, proteicas, egocéntricas, individualistas. Pero siempre especiales, rodeadas de una aureola distinta.

Este articulista no puede redactar su obituario sin deslizarse por un tobogán de recuerdos. Aquellas mesas de Telecinco y de Antena 3, a principios de siglo, repletas de brillantes compañeros ante los que el tertuliano principiante sentía la cosquilla escolar del miedo escénico: Raúl del Pozo, Carmen Rigalt, Arturo González, Isabel San Sebastián, María Antonia Iglesias, Curri Valenzuela, Javier Nart, Juan Teba, Antonio Casado, Pepe Oneto. La guerra de Irak, el 'Prestige', la sucesión de Aznar, los atentados de Atocha, los primeros años de Zapatero. La eficacia organizativa de la hija de 'la jefa', Carmen Borrego; la serenidad acogedora con que Paloma Barrientos recibía a los colaboradores nuevos. Y en el centro de todo, Teresa marcando a golpe de ceño o de sonrisa los tonos y los tiempos. No inventó el género, aunque sí construyó el marco y puso los materiales de un modelo que aplicó también a los asuntos de corazón, de interés humano y hasta de sucesos. El éxito la convirtió a ella misma en personaje de programas y publicaciones sentimentales, carne de cañón para los 'realities' que destripaban sus amoríos o sus enfermedades y entraban a saco en sus tragedias familiares. Fue a la vez narradora y protagonista de un carrusel salvaje, de una picadora de intimidades donde nadie respetaba a nadie. Ésa es la imagen que acuñará su posteridad, más allá de sus indiscutibles méritos profesionales: la de una mujer de carácter que traspasó la cuarta pared de la televisión para instalarse en la mitología contemporánea de las clases populares.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios