EDITORIAL
Plan nacional contra la sequía
Sin un nuevo proyecto nacional, actualizado, pactado, generoso y lógico, el agua seguirá siendo motivo de creciente controversia, y no habrá soluciones efectivas
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Iniciar sesiónEntre los auténticos desafíos de futuro de la sociedad española, priman el invierno demográfico que padecemos, garantizar el sistema de pensiones, la ordenación de los retos que entrañan los flujos migratorios y, muy especialmente, afrontar con capacidad suficiente los periodos de sequía, que son cada ... vez más largos y preocupantes. No tiene sentido que las distorsiones políticas estén impidiendo en España la recuperación de un auténtico plan hidrológico nacional, sea cual sea su nomenclatura, bajo el prisma de un generoso y pragmático pacto de Estado con el mayor consenso posible, porque el agua, y las necesidades de los ciudadanos, de la agricultura, la ganadería o la industria, no tienen ideología ni color político. O no deberían tenerlo.
Distintos informes de organismos nacionales e internacionales especializados en el cambio climático han alertado en los últimos días de cómo el mundo asiste impotente al aumento del calentamiento global, y concluyen que Europa ya se calienta el doble de rápido que el resto del mundo. Copernicus, el programa europeo de observación de la Tierra, se ha mostrado directamente «alarmado». En 2022, el área mediterránea registró entre setenta y cien días anuales de «fuerte estrés térmico», con temperaturas de entre 32 y 38 grados. Además, 2022 se ha convertido en el año con la sequía más extensa que se conoce en Europa, de modo que el 63 por ciento de los ríos tienen un caudal por debajo de la media. No es preciso interpretar demasiado para concluir que son datos preocupantes.
En el año 2005, el Congreso de los Diputados aprobó el Plan Hidrológico Nacional, que venía a modificar un ambicioso plan de 2001 -el que regulaba el llamado trasvase del Ebro-, y parte de los problemas de sequía se fueron resolviendo mal que bien con un criterio de solidaridad interregional. Más tarde, el llamado Proyecto AGUA sustituyó al trasvase del Ebro, pero se permitía la llegada de agua desde ese río a Barcelona, Castellón, Valencia, Alicante, Murcia y Almería. Las disputas de todo tipo surgieron: presidentes autonómicos de un mismo partido se empezaron a enfrentar entre sí fraguando alianzas con presidentes de otros partidos porque defendían los mismos intereses; el nacionalismo catalán creó su propia endogamia destructiva para poner palos en las ruedas de cualquier trasvase; los agricultores y productores de media España se enfrentaron con los de la otra media… y se abandonó la esencia de un auténtico plan nacional que todavía no se ha recuperado. Es hora de hacerlo, por encima de toda coyuntura tacticista y electoralista, como el aprovechamiento tan contradictorio que, por ejemplo, está haciendo ahora el Gobierno con Doñana y con las necesidades de riego de más de 600 explotaciones de fruto rojo y fresa, que aportan trabajo a 30.000 personas.
Hoy, el trasvase Tajo-Segura tiene enfrentados a presidentes socialistas como García Page o Ximo Puig, cada cual con sus razones. No obstante, parte de ese agua se destina a explotaciones agrícolas de Portugal, y eso está generando un enorme malestar en el Levante español y un indudable agravio comparativo. Es solo un ejemplo más de cómo la falta de agua en periodos prolongados no solo obliga a mantener al límite muchas reservas hídricas, sino a aprobar restricciones para el propio consumo humano, como viene ocurriendo en zonas de la sierra de Huelva, o como ya se empiezan a prever para este verano en Cataluña si no llueve hasta entonces. Sin un nuevo plan nacional, actualizado, pactado, generoso y lógico, el agua seguirá siendo motivo de creciente controversia, y no habrá soluciones efectivas.
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