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Siempre amanece

La sangre de Morante

A Morante lo confundieron, los que nada saben, con un torero medroso y era el más valiente de todos

Chapu Apaolaza

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Un toro ha cogido a Morante de la Puebla en Pontevedra. Parecía que lo encunaba cuando por el exterior de la rodilla le caló el pitón como un cuchillo de fuego. Se vinieron todas las cuadrillas, arremolinadas a su alrededor, a mirarle la pierna ... como si no se lo creyeran. No nos lo creíamos porque llegamos a pensar que Morante estaba hecho de aire y que el toro lo atravesaba como la luz a la Inmaculada de Murillo, como los que pelean con un fantasma. Morante se había olvidado de su cuerpo hacía tiempo y se lo había dejado en alguna parte como el que cuelga un traje que ya no se pone, cabeza, brazos, piernas y tronco abstraídos en sus geometrías imaginarias, perdido entre el humo de sus nicotinas, difuminado en los espejos deformados en los que se mira, dislocado en las siete u ocho dimensiones de sus pensamientos. En una parsimonia, en un abandono natural, en un silencio de un espíritu sin carne del que hemos vuelto este domingo a la hora de darle la cena a los niños, y nos hemos acordado de que somos físicos, ciertos, finitos. Que la vida y el toreo van en serio te lo cuenta un parte de no sé cuántas trayectorias, vasos y músculos que se aparecen como en 'La decapitación de San Juan Bautista' de Caravaggio, medidas y extensiones escritos en los renglones de un papel que huele a cloroformo y que me niego a leer a esta hora.

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