Después, 'naide'
Un respeto a la Macarena
Si escuchas del revés el tonillo con el que hablan de ella te sale un clasismo religioso y territorial de un norte que siempre se creyó mejor que el sur, una superioridad y un pijerío apestoso que nada entiende
El último rastro del mar
El precavido que hay en ti
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Iniciar sesiónComo ha habido revuelo en Sevilla con la restauración de la Macarena, se apresuraron los comentaristas a hacer unas risas sobre el asunto. La España de la pandereta, y eso. Luego se ponen muy serios con las pinturas de Sijena; no te ... digo ya la Mona Lisa. Se supone que la inclinación que los cofrades sienten por sus imágenes es una cosa descabellada, pero que millones de personas se vayan a tirar selfis con un cuadro mientras ponen labios que llaman de rusa, es respetable. Yo vi la Gioconda, de lejos entre el gentío y las pantallas, y rápidamente me escapé a naufragar en 'La balsa de La Medusa' de Géricault. Advierten entre ji, ji y ja, ja que no hay que faltar al respeto a la Macarena, señal de que van a perdérselo. Y así pasa. Se nos presenta aquí un esnobismo lacerante con lo cristiano, pero particularmente con lo andaluz que toca fibras muy profundas del desprecio por el sentir popular de una tierra y entronca con la imagen de los andaluces que tradicionalmente han limpiado el portal de las series de televisión. Si escuchas del revés el tonillo con el que hablan de la Macarena te sale un clasismo religioso y territorial de un norte que siempre se creyó mejor que el sur, una superioridad y un pijerío apestoso que nada entiende. Se aparece aquí la izquierda 'ultrasunera' para la que la Tierra se mira desde el macetohuerto de Malasaña, los andaluces cuentan chistes, se hacen pis en las manos, hablan mal y creen supercherías de Cristos que pasean como muñecos por la calle.
Yo con mi Esperanza tengo suficiente y le pongo Macarena a mi hija y le rezo para dentro porque lo difícil ante ella es no creer
Hay que creerse cualquier cosa menos a Dios. Mira esos tipos que se toman por gatos y hay que decirles 'miau'; hacen pipí en un arenero. O esos militares que montaron una asociación de trans lesbianas no normativas cuyo presidente se llamaba José Antonio. Pero si uno cree en la Virgen, está de la olla. A mí me parece bien todo porque ya no soy del mundo, y a nuestro líder le pusieron una corona de espinas con el cachondeíto antes de matarlo. Que se rían de mí va en el sueldo, así que me reconozco en mi Iglesia, esa madre sola y ridiculizada con la que los comentaristas se echan unas risotadas. He de reconocer que yo a veces, en lugar de la otra mejilla pongo la otra coña marinera con los derechos del personal y me estoy planteando si no ha llegado la hora de autodeterminarme triunfador de la Feria de San Isidro, un italiano guapo o un brasileño de esos que se hacen cincuenta dominadas al sol. O un negro, pues no me importaría.
Yo con mi Esperanza tengo suficiente y le pongo Macarena a mi hija y le rezo para dentro porque lo difícil ante ella es no creer. Vamos, no es que sea difícil, es que no se puede. Habría que empeñarse mucho, como esos que aceptan una energía cofrade que no saben a qué atribuir, que va más allá de las leyes que mueven a la materia, pero saben que Dios, no es. Lo fácil es creer en la Macarena y que te corra un escalofrío pensando que te la han cambiado. Plantarse ante la Esperanza, reconocer su mirada y rendirse a la evidencia de que uno está ante la mismísima madre de Dios es, como apuntan las estadísticas, lo normal.
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