siempre amanece
Petardos y animalistas
La izquierda enfadadísima por la mascletá fue parte del encanto de la mascletá
La izquierda 'pollofre'
«¡Mátalos!»
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Iniciar sesiónEncendieron la traca de Almeida y el cielo de Velázquez se llenó de puntos, de rayas y de ruido. Madrid parecía Valencia o Zaporiyia. Habían acudido las falleras mayores valencianas con sus rodetes y esos lagrimones enormes corriéndoles por el cristal de las mejillas. Acudió ... esa masa indeterminada que se llama 'El Pueblo de Madrid' en el que lo mismo te puedes encontrar a una señora del barrio de Salamanca, un carnicero de Moratalaz, un exiliado venezolano, un novillero de Cuenca sin caballos, un mena, un fan de Rosendo y otra gente que pasaba por allí. Fueron hasta los animalistas a montar el pollo 'veggie' y llamaban «asesino» al alcalde porque se asustaron con el ruido unos caniches que imagino llamándose Bobby o Benzemá. Lur, mi perro de aguas que de natural detesta la acción, pasa mucha fatiga por los petardos, pero está bien que la gente se divierta de vez en cuando, y de ahí a llamar asesinos a los de la pirotecnia va un trecho. Quizá la ecuación consista en meter en la trena a José Luis Martínez-Almeida por tirar unos petardos y después amnistiar a Puigdemont y darle el Nobel de la Paz a Arnaldo Otegi. A los animalistas no les gusta la pólvora, ni los toros, los aviones, la gente que aparca el perro en la farmacia, los que comen canelones, los restaurantes de pollo frito y con cada cosa les agarra una indignación canónica y encantadora.
La izquierda enfadadísima por la mascletá resultó ser parte del encanto de la mascletá. Lo que le reprochan a Madrid es que la gente no esté llorando sobre las patatas bravas, azotándose por la vergüenza de ser humanos y pinchando esas canciones de Rozalén que te dan ganas de saltarte la tapa de los sesos. Luego se viene toda la dialéctica de la lógica del gasto –hay maneras mucho más aburridas de gastar dinero público que la pólvora– y el rollo de que las mascletás no son tradición en Madrid. ¡De eso se trataba justamente! No saben que las tradiciones no hay que entenderlas: hay que quererlas o quedarse en casa sin dar demasiado la turra y dejar que los otros las disfruten. En realidad, las tradiciones no son más que cosas buenas repetidas y así uno rápidamente se inscribe en la tradición de almorzar ajoarriero con los amigos después de correr el encierro, pero es difícil que cuaje la tradición de ayudar en una mudanza.
Acaba de pasar y la mascletá de Madrid ya debería ser tradicional. Me gustan las mascletás, que son como la guerra en broma. Ojalá tiraran una cada año con su humo y sus animalistas, y después, a los toros a Las Ventas a ver torear a Román Collado con una de Baltasar Ibán. Me estoy acordando de la tarde en que se cuadró delante de Santanero: el toro lo prendió del muslo, lo levantó como una bandera salvaje y salimos de la plaza encendidos como una tea, un poco en aquella canción de Pata Negra: «Todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda».
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