Siempre amanece
«¡Mátalos!»
Las leyendas de toda aquella gente del mar las terminaron pudriendo los mierdas de los narcos para comerle la cabeza a los pibes que el otro día jaleaban desde las piedras
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Iniciar sesiónMe anda persiguiendo la escena del asesinato de los guardias en el muelle de Barbate como una pesadilla de Melville o algo, la lancha viniéndose sobre la pequeña embarcación en una tiniebla de viento, de agua y de negrura, y ese final de empuje ... de cuatro motores a tiro de piedra del pantalán allí tan cerca y tan lejos de los niños, la mujer y los abuelos que dormían en la casa ajenos a la tragedia.
Isak Dinesen conocía las canciones de África, de la jirafa y la luna sobre las colinas Ngong y yo me sé la dársena de Barbate, y conocí a Paco el botero y a Agustín al que su primo, desaparecido en un naufragio, se le aparecía en sueños a decirle dónde estaba su cuerpo, pero Agustín no lograba escucharle. Conocí a Moisés, el patrón de patrullera de la Guardia Civil que volvía de la búsqueda de los inmigrantes que naufragaron en Zahora con los ojos pequeños y ensangrentados como dos cuchilladas por el esfuerzo de mirar en busca de los ahogados y de navegar en aquel temporal con el agua pasándole de borda a borda y pegando pantocazos sobre las crestas de espuma.
Junto a las viudas del pesquero naufragado Nuevo Pepita Aurora esperé a que llegara el barco al muelle y solo venían las lanchas de la Guardia Civil festoneadas de verde esperanza y con las lunas rotas por el mar de Levante que les endiñaba por la proa como un púgil: ban-ban-ban-ban’ En el bar del muelle me contaron entre carajillos y madrugones las historias de los fantasmas en las cubiertas y del fuego de San Telmo, las leyendas de toda aquella gente del mar que terminaron pudriendo los mierdas de los narcos con sus mierdas de códigos, sus fajos de chocolate y de dinero para comerles la cabeza a los pibes que el otro día jaleaban desde las piedras: «¡Mátalos!» y era el pueblo el que estaba muerto.
La Guardia Civil en el Estrecho es la alegoría perfecta de esa vaina de lo proporcional tan de ahora que significa que el que cobra tiene que ser el poli. Así nacieron y crecieron los del servicio marítimo en el Estrecho, en una geometría en la que siempre cumplían con su deber en inferioridad de condiciones, sin material, sin fondos, sin apoyo de los de arriba, lanzados a morir como carne de cañón, cumpliendo con el deber a merced del mar terrible unas veces, otras veces a merced de los demonios. O de la inoperancia y la miseria de un ministerio de Madrid desde el que les prohibían hablar de la droga, de la inmigración, ni de las mafias, como si no se estuvieran haciendo cada vez más grandes y ellos cada vez más chicos. Como si un día no fueran a morir aplastados como mosquitos por la quilla de una lancha y la furia de las hélices cuando salen del agua, minúsculos en una ridícula zodiac porque las embarcaciones más grandes estaban averiadas. Que la Virgen del Carmen los ampare.
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