después, 'naide'

El niño que no se vuelve en la puerta del cole

Cuanto más te miran tus hijos en el colegio al dejarlos en la puerta por la mañana, cuanto más te buscan entre la gente para el último beso lanzado, la última sonrisa, el último adiós, más joven eres

Un niño entre las dudas y la ilusión del primer día de clase, el pasado martes, en Logroño efe

Hay comienzo del curso, olor a libro nuevo, no sé cuántos bolis, unas tijeras, cola, 'rotus' que aún conservan el tapón, baby de estreno, el compás y mochilas cargadas con el peso de la vida que siempre pesa más por la mañana. Un día ... en que estábamos haciendo el indio en la tele, en un reportaje calculaban el peso de la vida y hablaban de una fórmula que medía en no sé qué unidades cuánto cuesta llevar adelante la casa, el trabajo y los hijos. Elisa Beni, que a veces anda más fina que Sánchez, me susurró durante la emisión del reportaje que no entendía la historia pues el trabajo, los hijos y la casa no podían contarse como el peso de la vida: eran la vida misma. Nuestra condena, y por tanto nuestra salvación, es la de ser felices aquí en el atasco, en el curro y poniendo la lavadora, y lo dice uno que hace unos días andaba embarcado viendo navegar los mejores veleros clásicos del mundo y hoy se ha subido a la cumbre de un volcán después de coger el avión de las seis de la mañana. El avión bueno. Sin duda el periodismo es duro, pero peor es trabajar. ¡Ah, cuál será el peso del periodismo! Acaso que lleva su tiempo eso de ir, mirar, volver, contar y lanzarse al abismo de lava del arranque del segundo párrafo, que aquí viene.

PASA LA VIDA

Porque la vejez se trata de eso: de que tus hijos tengan por ellos mismos bastante vida como para pasar de su padre, ¡de su viejo!

El paso del tiempo se mide fácilmente: por líneas generales, te queda más tiempo en este mundo cuanto más se vuelven tus hijos en el colegio al dejarlos en la puerta por la mañana. Cuanto más te miran, cuanto más te buscan entre la gente para el último beso lanzado, la última sonrisa, el último adiós, más joven eres. Si se te agarran a la pierna y te los tiene que arrancar una empleada del colegio como si fueran un niño de la guerra, es que eres un chaval, pero desconfía de esa cualidad que rápidamente se marchita y pronto ese crío pasará de ti. Como tiene vergüenza de su padre, a la mayor, que no quiere besarme antes de bajarse del coche, la amenazo con gritarle «tía buena» y «bollazo» por la ventanilla del coche como un camionero mientras cruza el paso de cebra, y funciona, así que cada mañana, antes de abrir en silencio la puerta, me hace un cariño por la cuenta que le trae.

La juventud es una cualidad que por fuerza se va perdiendo, sobre todo en el caso del padre que se deshace de ella a una velocidad asombrosa. Así pasan los años como semanas y cada vez te buscan menos entre la gente y pasan más hasta que de pronto no se vuelven. Ese día te encuentras solo y viejo en un ensimismamiento otoñal y marchito casi de Paul Verlaine. Miras una espalda desaparecer entre otras espaldas y te sitúa en una ancianidad certerísima, silenciosa, que se te aparece entre los gritos de la chiquillada y las ruedas de las mochilas-trolley. Porque la vejez es eso, una forma de soledad gradual, y en realidad, se trata de eso: de que tus hijos tengan por ellos mismos bastante vida como para pasar de su padre, ¡de su viejo! Decía Raúl del Pozo que hacerse mayor es una faena, pero las otras opciones son muchísimo peores.

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