Después, 'naide'
Dimisión de Noelia Núñez: óleo sobre lienzo
Es tanta la barbarie moral en la que nadamos que el que dimite ya parece un héroe
Cristóbal, el último socialista
Desde la Costa de los Esqueletos, arena, maderas, óxido y huesos
Ha dimitido Noelia Núñez y se ha aparecido un listón moral como un objeto extemporáneo, como esas historias en las que unos arqueólogos hacen un hallazgo que no se corresponde con el tiempo y encuentran una consola de videojuegos en Atapuerca. '¡Un listón ... moral!', nos decimos, sorprendidos, casi asustados, y lo tomamos entre las manos entre divertidos y atemorizados. Me recuerdo a los miembros de aquella tribu cuando entendieron lo que era mi cámara de fotos y, después de posar, expectantes, al momento se veían en la pantalla, daban saltos de alegría, y corrían a mi alrededor, nerviosos. Así estoy yo viendo el listón moral de Noelia Núñez, un gesto tan desproporcionado a las circunstancias actuales, ahora que la mentira no es que no pase factura, es que los políticos se las cuelgan del pecho como condecoraciones. Una renuncia por mentir, me digo, es algo tan a contracorriente de lo contemporáneo que deberían ponerla en el Reina Sofía con una tarjetita al lado que diga: Dimisión de Noelia Núñez, 2025, óleo sobre lienzo. Es tanta la barbarie moral en la que nadamos que el que dimite ya parece un héroe, aunque sea ciertamente un héroe trucho: pues hubiera sido mejor no mentir.
En la siesta he soñado con que, de pronto, volvíamos a vivir en un país en el que la gente asumía sus responsabilidades, ya no por pactar con los herederos de la ETA o que el abogado de Puigdemont te redacte la amnistía, sino sencillamente por mentir. Ahora que ha dimitido la bella Núñez –¿Acaso se le hubiera preguntado tanto por sus estudios si no fuera rubia y guapa?–, se plantea un dilema sin solución: aceptar que todo el mundo miente y cabrearse por la dimisión de la diputada o aceptar que lo normal es que la diputada dimita y cabrearse por el resto.
Decía Pablo Iglesias que tenía nivel máximo de inglés, Patxi López que era ingeniero industrial y Yolanda Díaz tenía más másteres que Dumbledore. También decía que cuando llegaba a las dos de la mañana, cada noche se ponía a planchar un par de horas porque le relajaba, y yo me jugaría el pene ante notario a que es trola. Dicen que ahora van a revisar los currículos de los demás: rápidamente pretendo actualizar el mío. Quizás no salté tan alto a caballo, no se me acercó tanto aquella barracuda en un cayo de la Florida. El coletazo del tiburón blanco tal vez se lo diera a la jaula, no a mí. Aquella primera dama de un país de nuestro entorno que no paraba de mirarme, quizás no estaba enamorada de mí. Puede ser que no me pasara tan cerca a aquel Miura en la Cuesta de Santo Domingo. Que no me bebiera una litrona de trago. Que no escribiera mi tesis. De hecho, no he escrito ninguna tesis. Que no cruzara una tormenta en avioneta sobre los montes de África pilotando yo mismo. Que no me cayeran tan cerca dos rayos (a la tercera va la vencida). Puede ser que mi memoria haya cometido algún exceso narrativo.