ANTIUTOPÍAS
Sabina
Los toreros y los músicos son quienes mejor detectan los lazos entre América y España
Mujica
España en la Filbo
Quienes saben del tema, dicen que a Joaquín Sabina hay que oírlo en Madrid porque es allí donde le tiemblan las piernas y deja el alma. Yo les he hecho caso y lo he oído en el WiZink, hoy Movistar Arena, al menos cuatro ... veces. Pero no fue allí, sino en los autobuses urbanos de Bogotá, donde lo descubrí. En esos templos rodantes de la estética popular latinoamericana, ya extintos, lamentablemente, no entraba un acorde de rock y mucho menos el zumbido de las guitarras eléctricas. El régimen musical iba de los ritmos tropicales a las rancheras, aunque también, si al volante iba algún romántico, las brumas sonoras se teñían de escarlata con la voz de Julio Iglesias, Camilo Sesto o los demás baladistas que programaba Corazón Stereo. Y en este hábitat extraño, aclimatándose de forma natural, se coló e hizo fortuna 'Y nos dieron las diez'. Muchos años después, Sabina manifestó la felicidad que le producía saber que los mariachis de la Plaza de Garibaldi cantaban esa misma canción creyéndola parte del repertorio mexicano. Pues bien, la hazaña iba más lejos. Su canción no sólo había logrado confundir a los charros mexicano, sino al exigente gremio de choferes de buseta colombianos. Sabina había rasgado las fibras populares de América Latina y se había mimetizado con los trovadores de cantina y terminal urbano. Lo más sorprendente es que antes del tequila y las rancheras estaban el cubata y la movida. El rock era el origen y el camino, pero el destino fue la libertad y el mestizaje.
Los toreros y los músicos son quienes mejor detectan y más disfrutan de los lazos entre América y España; quienes mejor se deslizan por cada una de las nostalgias y pasiones que resuenan aquí y allá; los que mejor avivan esa brasa común que palpita en las notas y en las rimas. Como el nuevo Papa, Sabina también es peruano, aunque más de Barranco que de Chiclayo, y lo mismo mexicano y argentino, y por qué no reclamarlo como colombiano. Si hay alguien que lee y escucha a Latinoamérica es él. No muy lejos de las generaciones del 98 y del 27, de su Joyce del 22 con garabato y de su Celestina y su Quevedo, están García Márquez y Juan Gabriel Vásquez. En realidad están todos, cientos de autores americanos que desfilan por su biblioteca. Más que una lengua larga y una falda corta, él ha tenido los ojos y la mente bien abiertos. No fue casual que pudiera torear con naturalidad en todas las plazas de habla hispana.
Hablo en pasado porque los conciertos que ha empezado a dar esta semana en Madrid son su despedida. Hola y adiós: Sabina se retira de los escenarios. Y para dejar constancia de lo que ha sido no bastan esta y mil columnas. Mejor era llevar a mi hijo, que también es madrileño y se llama Joaquín, a que fijara en su memoria ese recuerdo. Ahora sabrá que eso es posible. Que un rockero puede escribir las mejores rancheras, y que un español puede fundirse con la sensibilidad de los americanos. Y que al fin y al cabo es lógico y hasta obvio. Basta con mirarnos de cerca para entenderlo.
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