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ANTIUTOPÍAS

Sabina

Los toreros y los músicos son quienes mejor detectan los lazos entre América y España

Mujica

España en la Filbo

Carlos Granés

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Quienes saben del tema, dicen que a Joaquín Sabina hay que oírlo en Madrid porque es allí donde le tiemblan las piernas y deja el alma. Yo les he hecho caso y lo he oído en el WiZink, hoy Movistar Arena, al menos cuatro ... veces. Pero no fue allí, sino en los autobuses urbanos de Bogotá, donde lo descubrí. En esos templos rodantes de la estética popular latinoamericana, ya extintos, lamentablemente, no entraba un acorde de rock y mucho menos el zumbido de las guitarras eléctricas. El régimen musical iba de los ritmos tropicales a las rancheras, aunque también, si al volante iba algún romántico, las brumas sonoras se teñían de escarlata con la voz de Julio Iglesias, Camilo Sesto o los demás baladistas que programaba Corazón Stereo. Y en este hábitat extraño, aclimatándose de forma natural, se coló e hizo fortuna 'Y nos dieron las diez'. Muchos años después, Sabina manifestó la felicidad que le producía saber que los mariachis de la Plaza de Garibaldi cantaban esa misma canción creyéndola parte del repertorio mexicano. Pues bien, la hazaña iba más lejos. Su canción no sólo había logrado confundir a los charros mexicano, sino al exigente gremio de choferes de buseta colombianos. Sabina había rasgado las fibras populares de América Latina y se había mimetizado con los trovadores de cantina y terminal urbano. Lo más sorprendente es que antes del tequila y las rancheras estaban el cubata y la movida. El rock era el origen y el camino, pero el destino fue la libertad y el mestizaje.

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