ANTIUTOPÍAS
Mujica
Como presidente no tuvo tentación alguna de quedarse en el poder ni de generar un culto a su persona
España en la Filbo
Lester Burnham al poder
En un continente acostumbrado a presidentes ostentosos o corruptos, la austeridad de José Mujica fue suficiente para convertirlo en un referente mundial del anticonsumismo y en un político queridísimo. Dos símbolos le ayudaron a forjar esa imagen de abuelo sabio que guardaba una estricta ... coherencia entre sus palabras y sus actos: su Volkswagen azul y su pequeña chacra en Rincón del Cerro, a las afuera de Montevideo, desde donde gobernó Uruguay y a donde peregrinó todo aquel que quiso conocerlo. Ningún publicista hubiera ingeniado una mejor estrategia para comunicar un mensaje central en su credibilidad como político: el poder no me cambia, el poder no me corrompe.
Todos estos elementos fueron importantes para forjar el mito que lo rodeó, aunque mucho más interesante fue su conversión de guerrillero en demócrata. Mujica venía de la rocosa tradición castrista. Había empezado su vida política en el Partido Blanco, entre los nacionalistas que preferían mirar hacia el interior del país y no hacia Europa. Tomando ese camino, militantes como Mujica empezaron a promover un latinoamericanismo que los condujo a Cuba, luego a la guerrilla de los Tupamaros.
Con la palabra de Castro en la punta de un fusil, robaron bancos, secuestraron, mataron, hicieron 'performance' político y se tomaron el pueblo de Pando. No les importó que Uruguay fuera uno de los países más libres e igualitarios del continente. Querían imponer el socialismo a toda costa. La democracia era para ellos un sistema exhausto, moribundo e ineficaz, una forma encubierta de autoritarismo que debía ser derrocada. No se dieron cuenta de que sus acciones violentas le daban un pretexto al ejército para hacer realidad la profecía pero en sentido inverso: Uruguay no tendría socialismo, tendría una dictadura cívico militar.
Las consecuencias de ese error las pagó Mujica en carne propia. Acabó tiroteado y casi muerto, encerrado varias veces en cárceles donde sufrió lo indecible. Pero cuando llegó a la presidencia, después de integrarse a la vida democrática en 1985, no guardaba deseos de venganza ni de culminar la revolución pospuesta. El igualitarismo y el anticapitalismo, su desprendimiento y abominación del dinero, ya no era el dogma obligatorio de un clérigo armado, sino un conjunto de ideas que iba a defender en las instituciones.
Como presidente no tuvo tentación alguna de quedarse en el poder ni de generar un culto a su persona. Al contrario, criticó el sistema de partido único de Cuba, vio los errores económicos de Chávez, desconfió del autoritarismo de Correa, afeó las reelecciones de Morales, renegó de Ortega y no compartió el estilo político de Cristina Kirchner. Esto fue lo admirable de Mujica: supo criticar los excesos antidemocráticos de los suyos. Que sus ideas tuvieran visos comunitaristas y premodernos era lo de menos. Lo importante es que las defendió con mesura y con su ejemplo, sin desafiar las instituciones ni debilitar, todo lo contrario, la democracia uruguaya.
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