ANTIUTOPÍAS

Las paradojas de la conciencia nacional

En España los demagogos se aprovechan de la fragilidad de la conciencia nacional

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Tengo una foto maravillosa de un indígena de la tribu amazónica nukak, una de las últimas en ser contactadas, en la que aparece con el torso desnudo, una cerbatana y una pulsera de la bandera de Colombia en la muñeca. Aquella imagen, quién lo diría, ... revela una de las grandes diferencias que hay entre España y los países latinoamericanos. Y es que mientras en la península se logró crear un Estado sólido y funcional, pero no un discurso nacional igualmente persuasivo en todas las regiones del país, en América ocurrió lo contrario: no se lograron forjar Estados capaces de proteger y satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos, pero sí relatos nacionales excepcionalmente convincentes y efectivos.

Un catalán o un vasco que tiene como lengua materna el español, que trabaja en una compañía española, que tiene un estilo de vida equiparable al de cualquier ciudadano del Reino, y que además recibe una atención envidiable por parte de las instituciones españolas, puede darse el lujo de no sentirse español y abominar de España. Ese indígena nukak, en cambio, que seguramente no habla español ni ha tenido ningún contacto con el Estado, muy probablemente se siente o al menos se sabe colombiano. ¿No es una paradoja maravillosa?

La fuerza de los nacionalismos latinoamericanos no solo explica que los regionalismos, que los hay, no se hayan convertido en fuerzas políticas eficaces, sino que las injerencias exteriores alineen a tirios y troyanos en torno a la autodeterminación y la defensa del orgullo patrio. Es lo que ha ocurrido en Brasil hace unos días, cuando Donald Trump quiso echar un cable a su par brasileño, Jair Bolsonaro, y acabó reflotando a Lula. Trump amenazó con imponer unos aranceles del 50 por ciento si los jueces insistían en juzgar a Bolsonaro por su intentona golpista de 2023, y aquel gesto prepotente acabó amalgamando a la opinión pública, incluso a la prensa de derechas, detrás de Lula, que ahora no descarta presentarse de nuevo a las elecciones de 2026.

La susceptibilidad nacionalista siempre ha tenido el mismo resultado, en ocasiones para favorecer a los peores demagogos latinoamericanos. En 1945, cuando el embajador yanqui Spruille Braden viajó a Buenos Aires para impedir el triunfo de Perón, su intervencionismo sirvió justo para lo contrario: dar a los argentinos la mejor excusa para votar por el representante de la nación. Lo curioso es que, al día de hoy, en España ocurre lo contrario: los demagogos se aprovechan de la fragilidad de la conciencia nacional y de la imposibilidad de identificar agravios que aglutinen a la opinión pública para medrar políticamente. Sánchez se pliega a los caprichos secesionistas de Puigdemont y Abascal aplaude el matonismo antihispánico de Trump y sus seguidores no se inmutan. Aunque es mucho mejor descreer de los espejismos nacionalistas y crear Estados eficientes, el presente de España demuestra que a veces hace falta un mínimo de conciencia de los logros colectivos que movilice al electorado en su defensa.

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