ANTIUTOPÍAS
La bienal más colonialista de la historia
Venecia puede intentar descolonizar las mentes de los turistas, pero sospecho que conseguirá lo opuesto
Descolonizar y desmantelar
Las rudas patrias
Hace dos años, después de una pandemia traumática que paralizó el mundo y se llevó por delante millones de vida, la bienal de Venecia reabría sus puertas para celebrar su postergada 59ª edición. Inspirada en los sueños irracionales y primitivistas del surrealismo, aquella bienal premió ... las epistemologías no-occidentales que encarnaba la obra de Cecilia Vicuña, una artista chilena. El mundo había superado el mayor desafío global de salud pública gracias a la ciencia y a la racionalidad occidental, y Venecia invitaba a los ricos de este mundo a regocijarse admirando los saberes ancestrales y míticos. Era una contradicción fascinante que desvelaba el encanto secreto de aquel evento. Además de ser un acontecimiento artístico, la bienal era un divertimento turístico al que asistían las élites occidentales a sentirse bien consigo mismas. Es decir, a sentirse no occidentales.
Desde el siglo XVIII, las artes plásticas han sido eso: la voz crítica que descree del proyecto ilustrado. Incubadas en la cara oscura de la luna, no celebraron la luz de la razón sino aquello que escapaba al cálculo y a la evidencia. Sus musas fueron lo irracional, lo salvaje, lo exótico, lo auténtico. También lo no occidental, por supuesto. Desde Gauguin, los artistas tratan de encontrar fuentes de inspiración lejanas, la savia pura que ya no brota en sociedades corrompidas por la técnica, la industria y el capitalismo –hoy diríamos el racismo, el machismo y la homofobia–, y nadie lo celebra con tanto entusiasmo como la bienal de Venecia, el evento artístico más glamuroso y gentrificador de Occidente.
Por eso no debe extrañar que en esta edición las ideas decoloniales hayan tenido tanto protagonismo. Ni que los Leones de Oro los hayan ganado un colectivo maorí y un aborigen australiano. Ni que un nativo expusiera en el pabellón de Estados Unidos y una indígena en el brasileño. Ni que la colonialista Rusia le hubiera cedido su pabellón al país más decolonialista del planeta: Bolivia. En las fantasías occidentales contemporáneas, el Sur global es ahora la fuente de valores ecologistas, identidades originarias, armonía espiritual y paz antiextractivista. Los europeos ya no tienen que salir de sus fronteras en busca de esas virtudes sanadoras, porque ahora el nativo no occidental viaja hasta Venecia.
Esta dinámica está arrojando una paradoja igualmente fascinante. Invitando a creadores que cuestionan la modernidad colonialista y que exponen su sensibilidad ecodiversa, esta bienal está difundiendo aquello que critica. Porque no hay un personaje más moderno y más occidental que el artista que rasga los valores de Occidente reivindicando los ajenos. La bienal puede intentar descolonizar las mentes de los turistas, pero sospecho que conseguirá más bien lo opuesto. Convertirá a los nativos, migrantes y subalternos del sur en artistas colonizados, inscritos en el sistema de arte occidental y seguramente muy cotizados en los mercados corruptores del siempre ruin y depredador Norte global.