Por lo que sea
Colas virtuales y otras colas
Ser clase media es hoy tener agenda de ministro, o sea, vivir con el ocio planificado por legislaturas
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Iniciar sesiónHay un cuento de Amor Towles en el que un hombre llamado Pushkin vive feliz en el campo hasta que su mujer, metidísima en la Revolución rusa –es 1918–, lo convence para mudarse a Moscú. Allí no tarda en descubrir que la vida es ... más dura y aburrida, y que el paraíso es todavía un sueño lejano en el asfalto. De pronto, todos sus conocimientos de agricultura son inservibles, y él es poco menos que un paria al que mandar a hacer los recados, así que Pushkin hace la cola del pan, la cola de la leche, la del azúcar, la de la sopa. Son colas larguísimas, y para entretenerse se mete las manos en los bolsillos (manos inútiles) y se dedica a la contemplación de la vida, de la arquitectura, hasta que descubre que es buenísimo en eso, esperar, y empieza a hacerlo para otros, un trabajo con el que asciende como un Forrest Gump soviético y, con los años, se gana un piso en la mejor zona de la ciudad, entre otros favores. Una mañana, un tal Serguéi Litvinov le pide que haga la cola en la Oficina de Visados y Registros para conseguir un pasaporte para ir al extranjero. Tras diecisiete días de maratón burocrática, y estática, llega su turno, pero Litvinov no aparece y es él quien consigue, por carambola, un pasaporte para ir a Nueva York: es la vida, que lo empuja. ¿Y qué se encuentra allí, al otro lado del mundo y del telón de acero? Más colas: la del equipaje, la del taxi, y la más triste de todas: la de la caridad, que vive su momento de gloria por la resaca del crack del 29.
No es descartable que la historia de la humanidad sea la de una cola interminable en la que no sabemos qué hay al final, y que hacemos por curiosidad o inercia o pereza espiritual. Hoy, desde luego, ya todo requiere una cola, aunque sea virtual: para el concierto de Bad Bunny, para la cena del viernes, para el dermatólogo, para comprar un reloj exclusivo y medir luego el tiempo perdido.
Cuando la cola es por necesidad la llamamos pobreza; cuando no, la cola pasa a ser signo de éxito, y por tanto de masificación, y una cosa y otra nos llevan a la antelación, a la reserva, signos, también, de este siglo desquiciado en el que un artista te pide que hagas planes para 2027 y un maestro del sushi con un local en el barrio de Salamanca te da mesa para, tal vez, la víspera de tu muerte.
Ser clase media es hoy tener agenda de ministro, o sea, vivir con el ocio planificado por legislaturas.
—¿Nos vemos?
—Vale, tengo un hueco en septiembre.
Hay quien, cansado de esto, ha empezado a quedar para no hacer nada, que era lo que hacía Pushkin al principio de aquel cuento: contemplar el lento crecimiento de las plantas. Un día también venderán entradas para eso.
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