la tercera
Las tiranías de la innovación educativa
El discurso sobre la innovación educativa acelera y activa un currículo desmemoriado y unas prácticas docentes desorientadas
Edificante
Una amnistía inmoral y antijurídica
Bianca Thoilliez
Vivimos instalados en la tensión entre cambio y estabilidad, fluidez y solidez, innovación y conservación. Presionados por la insistencia en el progreso, en el avance, en lograr que la sociedad abandone las formas anticuadas del pasado y se mueva hacia nuevos y mejores tiempos. Esta ... lucha entre un futuro que promete y un pasado que lastra protagoniza nuestro debate público y se basa en la creencia de que para alcanzar las posibilidades que nos ofrece el futuro tan radicalmente diferente que nos tocará vivir las viejas formas de pensar y actuar deben descartarse. La sociedad debe cambiar para adaptarse a la nueva era en la que todo debe ser mucho más fluido y abierto. En este contexto, el pasado ha adquirido un nuevo significado: ya no es el espacio de la historia aquello que nos proporcionaba lecciones para orientarnos en el presente o hacer planes de futuro. En cambio, el pasado se ha convertido en el lugar de lo sórdido: es todo aquello de lo que debemos distanciarnos. Así como el pasado ya no es memoria, sino simplemente atraso, el futuro se nos presenta como un momento de redención en el que resolveremos todos nuestros errores. El pasado solo sirve como un repositorio de agravios para ser recordados y no repetidos. El pasado es el tiempo ineficiente, obsoleto, lleno de obstáculos, burocracia, reglas y formas rígidas de pensar. El pasado no es más que la época del machismo, el racismo, el clasismo y el fascismo. Un tiempo pasado del que solo se puede huir... y hacerlo, además, a toda prisa. En lugar de reconocer las disfunciones del presente y tratar de remediarlas aquí y ahora, se culpa repetidamente al comodín del pasado.
El campo de la educación no es en absoluto inmune a todo esto. El discurso sobre la innovación educativa acelera y activa un currículo desmemoriado y unas prácticas docentes desorientadas. Mientras se nos dice que estamos avanzando mucho, lo cierto es que puede que no estemos avanzando en absoluto, y que no estamos siendo más que tiranizados por un salón de espejos que nos da una falsa sensación de progreso (y que los tristes datos de las últimas evaluaciones internacionales del sistema educativa español confirman). Si, además, consideramos la progresiva eliminación de los conocimientos (artísticos, humanísticos, científicos) del currículo y su reemplazo por huecas competencias (proceso en el que la LOMLOE se eleva como el ejemplar perfecto), lo que hacemos es incapacitar a los jóvenes para reconocer valor en las experiencias y contribuciones de quienes les precedieron.
En estos tiempos de cierta extenuación pedagógica, el relato que monopoliza el ímpetu reformista de los sistemas escolares es el de un paradigma pro-innovación. Un relato en el cual lo que somos, lo que tenemos y lo que está pasando se presenta como decadente, inadecuado e insatisfactorio. Este discurso se ha vuelto tan poderoso que ya es la corriente principal desde la que se articulan las instituciones, prácticas y esperanzas educativas.
La llamada machacona a la innovación se ha convertido en un imperativo diario en las escuelas, y resulta sorprendente la manera despreocupada y acrítica en que esta especie de 'neocredo' ha sido, de manera tan generalizada y extendida, incorporado y aceptado en el mundo educativo. La innovación en la educación se presenta además como moralmente intachable, aglutinando un amplio consenso de acuerdo (¿quién puede estar en contra de «innovar para mejorar»?) y se manifiesta de múltiples maneras en la vida escolar. Pero, más allá de la aparente llamada al cambio, a la mejora y a la transformación, la innovación tiraniza la educación. La lleva al movimiento perpetuo (Bellamy), sin sentidos ni propósitos al concentrarse superlativamente en los medios, haciendo, además, de la renovación generacional una tarea imposible (Hadjadj), en la medida que nos impone una mentalidad de sustitución, obsolescencia y reemplazo sin relevo.
Pues bien, frente a la fuerza tiránica que la innovación ejerce sobre lo escolar, debe alentarnos un deseo deliberado de no conformarnos con (sólo) una declaración conservadora. La respuesta no puede consistir en un ir hacia atrás o dedicarnos a contemplar nostálgicamente el pasado, porque esto no es suficiente ni deseable para el proyecto de pensar y actuar juntos en el momento actual. Necesitamos algo más que la afirmación de lo que hay o la memoria y conservación de lo que hemos sido. Estos son gestos necesarios, pero no son suficientes para afrontar el futuro con esperanza pedagógica. Otro tipo de movimiento es necesario para frenar productivamente la dominación excesiva que ejerce el imperativo de la innovación sobre nuestras ideas y prácticas sociales, incluyendo, especialmente, nuestras ideas y prácticas educativas. Toca proponer algo ligeramente diferente: la variación. La variación como un movimiento alternativo a la disyuntiva actual innovación/conservación, que opte por la tensión enfrentando el pasado con el futuro, pero que lo abrace, permaneciendo en él.
La variación difiere de la innovación en que no busca destruir lo viejo para crear lo nuevo, sino que asume su historia y construye sobre ella. Este enfoque se puede ver en la música, donde las variaciones desarrollan temas existentes en diferentes tonalidades sin desmantelar la armonía original. La relación exitosa entre una variación y su tema radica en que la variación sea diferente pero conectada con el tema. Si pensamos en prácticas educativas como temas musicales, veremos que se desarrollaron a lo largo de siglos mientras sus principales elementos permanecieron. La permanencia de estos elementos es lo que hace que la educación sea reconocible como tal. Lo que constituye un gran momento de la enseñanza, por ejemplo, no es la creación de una novedad absoluta, sino la composición y ejecución de variaciones estimulantes de temas familiares y no familiares, despertando en el auditorio (el alumnado) un tipo de escucha creativa. Los profesores, como los músicos, también son intérpretes. Los profesores no tienen que ser innovadores subidos a una ola emprendedora y de rechazo al pasado. Es mucho más productivo que los profesores actúen como intérpretes de grandes obras (las que debiera seleccionar un buen currículo escolar). Los buenos profesores, durante sus interpretaciones repetidas de los temas de las asignaturas que imparten (e interpretan), año tras año, crean variaciones diversas sobre los currículos prescritos, con el mismo cuidado que lo hace un músico al no desmantelar las armonías originales. Toca confiar más en las escuelas y los profesores, dotarlos con los medios y los tiempos para desarrollar su oficio, reconocerlos y respetarlos como artesanos experimentados que se embarcan a diario en una búsqueda abierta de mejoras sobre lo que hacen, que participan colectiva e individualmente en un ciclo continuo de repeticiones y variaciones que interpretan para las nuevas generaciones.
es profesora de Teoría e Historia de la Educación en la Universidad Autónoma de Madrid
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