sin punto y pelota
Pam, no te enteras
Tampoco se ha percatado de cómo crece la sección de cosmética masculina en el Mercadona
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Iniciar sesiónMientras el Gobierno en funciones al que sirve anda en tratos para engordar la hucha del chantaje indepe, Angela Rodríguez, Pam, secretaria de Estado de Igualdad, sigue a lo suyo, o sea, su cruzada en defensa de los gordos, gordis, que, a todo esto, ... no han pedido protección. No hemos.
Tenemos que rescatar a Pam de su burbuja. Vive en ella y no lo sabe, con una percepción de la realidad distorsionada en la que no caben gordos alegres en las playas, con los 'tuppers' de empanados y empanadas. No es que desconozca a gorditas desacomplejadas –le invito a un café, como intentó Carmen Calvo con Cayetana, pero el mío con churros– , es que tengo la impresión de que no se junta mucho con hombres, a los que ve, según ha explicado, no demasiado guapos y calvos en los puestos de poder de España. No lo dirá por su jefe en el Consejo de Ministros, entiendo, con esos andares chulescos de gustarse y gustar mucho ante miradas derretidas de Von der Layen o María Jesús Montero.
Pam ignora las excursiones a Turquía para ponerse pelo y tampoco se ha percatado de cómo crece la sección de cosmética masculina en el Mercadona o en Primor, cadena nacional de perfumerías, lo mismo en Sol que en barriadas más humildes. Cuando callejea sin asesores no observa la proliferación imparable de gimnasios ni tiene amigas con hijos adolescentes obsesionados por la tableta abdominal. No ha visto Machos Alfa, con el lío de la madura y el monitor de gimnasio mazao. Tampoco se ha parado a pensar sobre el público de las cada vez más numerosas barberías: cualquier madre de chavales sabe que andan más pendientes de sus peinados degradados –degradaítos– que sus hermanas, que apenas se lo cortan, melenas larguísimas de uniforme. No se ha parado la secretaria de Estado a contemplar esas barras para hacer gimnasia al aire libre, casi más frecuentadas que las de los bares.
Tampoco debe de tener amigas en aplicaciones para ligar sin mucho diálogo socrático, donde triunfan maromos que salen en las fotos de uniforme. Eso no le debe de caber en la cabeza: que haya miles de mujeres que se vuelvan locas ante la perspectiva de acostarse con uno de los antidisturbios que reparten mandobles en Ferraz cuando, cansados, se bajan de la lechera. Quizá desconozca el dato de que, en esas aplicaciones, el 20 por ciento de los hombres se lleve de calle a casi todas las citas. Porque están buenos, porque tienen aspecto de ganar pasta. A lo mejor el siguiente estudio con dinero público puede dedicarlo a averiguar cuánto ligan los calvos, gorditos y que añadan «parado de larga duración» en su perfil. Le adelanto el resultado: discriminados. Que los compare con la actividad de unos tipos cuadrados, de uniforme y que digan ser miembros de los cuerpos. Los de seguridad. «Corporalidades disidentes» –así nos llama Pam– a los que hay que echar de Cataluña, Navarra y el País Vasco según los socios del Gobierno con más grasa de nuestra democracia. ¿Cuántas se quedarían tristes en Tinder en esos territorios si se fueran los cuerpos? Ay, Pam, quién te sacará de tu burbuja.
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