SIN PUNTO Y PELOTA
Caída al paso del paso
Hay algo emocional, irracional, atávico que nos une a las tradiciones, al catolicismo. Habitamos una tierra fértil en historia de civilizaciones
Bruselas nos mima
Querida adolescente, querida hija
Las procesiones eran casposas. Rancias. De hipócritas. Qué es eso de que la Legión salga con un Cristo. Qué pinta el Gaudeamus cantado en ese contexto. Secuestran todo el centro para ellos. Ese culto a las imágenes es politeísmo. La dificultad de contestar a los ... niños cuando preguntan que, si la Virgen es la Virgen y Jesús es Jesús, qué es eso del Cautivo, de la Esperanza o el Cristo de Mena. El catolicismo era culpa y pecado, casi no había cura bueno y las monjas eran unas amargadas. La Semana Santa era un rollazo de luto, de pena impuesta, de pelis tostones sobre la Pasión. Los europeos lo hacían casi todo mejor. Eran menos chorizos, más civilizados, racionales, meritocráticos, cultos. No creo ser la única educada por sus padres en ese líquido amniótico cultural y estoy agradecida de que así fuera. Ves otros mundos, catas, conoces, vuelves. Huyes de la autocomplacencia, agudizas la autocrítica. Pero luego admites que te emociona la Legión cantando 'El Novio de la Muerte' con el Cristo de Mena. Gracias a C. Tangana, buscas vídeos con las cornetas de la banda de Nuestra Señora del Rosario de Cádiz, las que tocan la marcha al inicio de 'Demasiadas mujeres'. Te fijas en los bordados desde que conociste a esas señoras de barriada, con los hilos dorados en sus talleres, «otro tipo de clase de yoga». Admiras los arreglos florales de los tronos. Te das cuenta de cómo erraron los que anunciaban la desaparición de las tradiciones con la globalización, cuando ves ahora maravillosas fotos de Semana Santa que cuelga un alemán que es ya malaguita. Íbamos a comer todos lo mismo, decían, y hay mil reseñas de pastelerías con las mejores torrijas. No, McDonalds no ha podido, ni las 'cookies' de Starbucks.
No es esto una súbita conversión al capillismo, tan ajeno. Pero sí un darse cuenta de que hay algo emocional, irracional, atávico que nos une a las tradiciones, al catolicismo. Habitamos una tierra fértil en historia de civilizaciones, con fenicios que ya sacaban procesiones que evolucionaron a una virgen del Carmen, patrona de marineros, flores en el mar. Podríamos avanzar un poco más y terminar con supersticiones, creencias sin evidencias. Pero por qué. Estas emociones de fraternidad bajo la Esperanza en Málaga no las va a producir jamás la undécima versión de ChatGPT. Qué daño hace la puesta en escena de esta Semana de Pasión en la que se unen familias, barrios, amigos en cofradías y en las aceras. Una semana en la que procesionan una madre y un hijo. Mujer y hombre. El mensaje que nos dejó Jesús, para creyentes y no, es que nos amáramos los unos a los otros. Y las otras a las unas. Y las otras a los unos. Los otros a las unas. Adecuado para esta guerra de los sexos que nos empuja a declararnos víctimas de los otros, más que a amarlos. Esa guerra que nunca entenderemos las madres de hijos varones, que conviven con hijas.
Divagas al paso de un paso, de un trono, y aprecias la felicidad de cuestionarte a ti misma. Caerte de algunos caballos. Salir de aquel líquido amniótico. Mirar a la luna llena y no al dedo que la señala.