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bala perdida

Un siglo de Moyano

Ahí nadie busca un libro, porque los libros te buscan y te sopesan

La mamá de Gabriel

Modos de ser español

Ángel Antonio Herrera

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Acaba de pasar la Reina Letizia por la Cuesta de Moyano, en Madrid, y se ha llevado un hatillo de libros. La Cuesta cumple hoy cien años, y resulta un episodio de mucho agrado que venga la Reina a tu cumpleaños, porque la Reina ... pone bendición en todo sitio visitado, y de paso te da un arreón promocional, que nunca viene mal. Yo le tengo un apego fijo a la Cuesta de Moyano, porque es lo primero que visitó Juan Ramón, de recién llegado a la capital, y porque ahí la primicia de un libro es lo contrario a la novedad. Quiero decir que ahí Rubén Darío está de moda, y César Vallejo o Quevedo. De modo que con cinco o diez euros te compras la felicidad, que es lo único que no tiene precio. La Cuesta de Moyano es el puerto de una ciudad sin puerto, con lo que estamos ante un cruce de literatura de desorden y mar de firmamento, más la estatua de Don Pío Baroja en la cresta del recorrido, poniendo cara de mitológico caballo literario que vigila al reojo todo aquello, donde cualquier paseante es enseguida un poco ilustre paseante, por lo exótico del sitio. A la cuesta vamos los escritores a ver cómo cotizamos entre saldos, y yo diría que ahí nadie busca un libro, porque los libros te buscan y te sopesan, en una mágica labor inversa donde el lector no elige sino que es más bien elegido. Un siglo carga ya este lugar sagrado del Madrid más leído, y a su cumpleaños ha venido una Reina enterada y luminosa, que naturalmente ha celebrado la ocasión comprando un ramo de libros, que es el mejor modo de saludar la eternidad. A mí la Cuesta de Moyano siempre me emocionó mucho, con sus casetas de media penumbra, con una mitad de galeón de maravillas, con una mitad de catástrofe de tesoros. Hay mucho de museal en sus muestrarios, y luego está la segunda vida que le ofrecen a muchos títulos de retirada, inaugurando la novedad donde ya asoma lo póstumo, o casi. Hay que amar a estos libreros, que son el celeste apostolado de nuestra literatura. Son una libertad que ya ha cumplido un siglo.

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