casa de fieras
Todo era cartón piedra
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Iniciar sesiónNadie nos avisó de que tras el pladur todo era cartón piedra. El escaparate de las grandes ciudades es un biombo de piel fina, una pared que nos separa de una realidad superficial con lucecitas y cosas que nos hacen escrol a nosotros mismos. ... Somos el producto de muchas cosas. Antes tuvimos el lujo de elegir. Ahora somos la mercancía en venta. Aquellas calles que nos hacían soñar, las que leímos en las novelas y que escuchábamos en las grandes canciones, son hoy un negocio de tres y cuatro emprendedores que vinieron a democratizar nuestra miseria a golpe de pelotazo. Las imaginamos tanto que al final nos las cargamos. Todas esas que nos hacían soñar son ahora el espejo de una cosa mal hecha, optimizada por un inversor que ha venido a empeorarlo todo. Demodé. No tienen más que darse una vuelta mirando los edificios, las casas, los balcones. Ya nadie tiene macetas con flores.
Primero fueron los hijos de la burguesía los que se fueron del centro. Se vivía mejor con jardín y barbacoa de extrarradio. Pero los suyos decidieron volver con las costumbres adquiridas de fuera y dejaron de decir buenos días. Nadie sabía nada de nadie, pero no importaba. Esa forma de vida propició que te cruzaras más veces con un repartidor de Glovo que con Antonia la del cuarto be. Porque también dejaron de comprar en los comercios de la zona; todo a golpe de clic, abre que ya está aquí y todo hacia dentro. Hoy hasta charlan con la inteligencia artificial para elegir otra serie de tevé con tal de no pensar un poco. Y los fondos de inversión de 'hijos de' van por ahí con la chequera de paseo convirtiendo hogares en casas que reforman, perfuman y gestionan igual que su cuenta de resultados que, en definitiva, somos nosotros. O lo fuimos, quizá ya no seamos ni eso.
Lo que buscábamos en las tardes de verano era distinto de lo que nos hemos encontrado.
Las grandes ciudades corren el riesgo de quedarse en grandes pasados. En el camino nos imaginamos que todo sería como nos lo contaron nuestros sueños, nuestras aspiraciones. Luego, al despertar, nos encontramos con que, más que una mentira, la realidad era simplemente una decepción. Pasa como con las expectativas.
Pasamos media vida tratando de imaginarnos lo que haremos la otra media. A medida que le damos la vuelta al reloj de arena comprobamos que tampoco estábamos tan mal, que peor es ahora. Quizá si hubiéramos aspirado a menos habríamos conseguido mucho más. Pero eso ya no importa porque hoy somos la métrica de otros, de unos que comercian con nuestro tiempo y nuestra libertad mientras cambian el escenario del siguiente acto. Lo que estaba en juego era todo eso que imaginamos. Lo que hemos conseguido es lo que no nos dejaba dormir. Nadie nos avisó que tras el pladur todo era cartón piedra. Es muy probable que, de haberlo sabido, no habríamos puesto todo a la venta. Creímos que eso era vanguardia y resultó que era pobreza. Lo han hecho tan bien que ni siquiera nos hemos dado cuenta de que solo teníamos que dejar de mirar la pantalla del teléfono.
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