lente de aumento
¿Y si los políticos no sirven para otra cosa?
A lo mejor ya toca que lleguen a la 'res publica' con algo más en el currículum que unas prácticas de verano
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Sánchez, fiera herida
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Iniciar sesiónImagino que la mayoría hemos fantaseado alguna vez con ser otro: vivir otra vida, calzarnos talentos ajenos y deslumbrar con virtudes que, en nuestro caso, brillan por su ausencia. En mi lista de frustraciones personales figuran los estudios universitarios que no terminé, los idiomas que ... no aprendí y el talento –siempre escurridizo– que nunca se posa en la mesa desde donde tecleo. Nada grave, supongo.
Lo que sí resulta preocupante, casi patológico, es lo que ocurre con nuestra casta política. A ambos lados de la trinchera demasiados aspirantes a prócer parecen empeñados en aparentar ser gente normal. La que estudia una carrera la acaba con sudor y lágrimas, busca empleo, se faja día tras día, y si no le pisan demasiadas veces la cabeza consigue trabajar, ascender y, con suerte, jubilarse con algo más que una palmadita en la espalda.
Nuestros políticos quieren mimetizarse con el pueblo. Gobernar pareciendo gobernados. Pero no lo son. Ni pueden serlo. Porque abrirse paso en la política profesional no se parece en nada al mundo real. Ni en las reglas, ni en los méritos valorados ni en el vértigo.
El político profesional prospera al margen de lo que ocupa y preocupa al resto de los mortales. Habita una realidad paralela –un metaverso con moqueta y sueldos públicos– en la que la experiencia laboral se mide en cargos, no en trabajos. No digo que todos sean así, pero sí muchos. Demasiados. Y más desde que se asentó la democracia, un sistema de acceso libre.
Los Noelias, Patxis, Casados, Puentes, Sánchez, Bernabés y demás fauna con currículos vitaminados –cuando no directamente inventados– son hijos de la tardotransición, cuando la política pasó de la vocación de servicio público a servirse de lo público.
No hablo de corrupción sino de un complejo: el pánico a ser señalado como uno de esos que se destetaron en las juventudes del partido y llegaron al Congreso sin haber pisado un taller, una oficina, una clase, una tienda... ahí donde quiera que laboramos los 'normales'.
Cuando esa gente empieza a escalar dentro del partido, me los imagino frente al vacío:
—¿Qué pongo ahora en mi currículum?, ¿que empecé colocando sillas en un congreso de distrito y que ahora me van a nombrar portavoz, secretario general o –ay, madre– ministro?
Para enderezar esta deriva, quizá lo más sensato sería exigir a quienes aspiren a gobernarnos una biografía laboral que no se limite a unas prácticas estivales o un curso de verano en una universidad amiga de tus siglas.
Lo mejor sería, vuelvo a fabular, que tengan el coraje de decir la verdad: «No valgo para otra cosa que para la política». Al menos sería más honesto que engordar una biografía académica para parecer lo que no es: pueblo.
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