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Vuelve el PP

Para cumplir su promesa regeneradora, Casado debe entrar de lleno en el terreno de la confrontación ideológica

Isabel San Sebastián

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Si Pablo Casado es capaz de honrar el discurso que le llevó a derrotar a la favorita y auparse hasta la presidencia de su partido, no solo saldrán ganando sus siglas, sino que lo hará toda España. No es tarea fácil, empero. Dar cumplimiento a esa promesa regeneradora implica abandonar el mullido terreno del relativismo para entrar de lleno en el de la confrontación ideológica. Combatir con vigor los dogmas del pensamiento políticamente correcto, omnipresente hasta la náusea en la práctica totalidad de los medios de comunicación. Armarse de coraje intelectual y de munición argumental. Hacerse fuerte en determinadas posiciones de principios y defenderlas hasta el final, sin miedo a la crítica ni concesiones a la demoscopia. ¿Tendrá el joven Casado la valentía y la determinación necesarias para librar esas batallas? ¡Ojalá!

«Vuelve el PP», anunció, triunfante, tras conocer su victoria. No especificó a qué PP se refería, aunque todos comprendimos que aludía a la formación surgida en 1990 de las cenizas unidas de UDC y AP. Al legado de Manuel Fraga y José María Aznar, que tuvo el valor de reivindicar, junto al del líder saliente, mientras todos los demás protagonistas del congreso se comportaban como si el partido hubiese surgido «ex novo» de la mano de Mariano Rajoy en 2004. Al proyecto que supo agrupar a todo el centro derecha español en torno a unos valores firmes, posteriormente relegados al fondo de un cajón o directamente traicionados: la vida (indefensa en el caso de los no nacidos tras la proclamación y aceptación por parte del PP del derecho indiscriminado al aborto); la libertad e igualdad de las personas, al margen de su pertenencia a uno u otro grupo (incluido el sexo, invocado por Sáenz de Santamaría como gran argumento de campaña); la unidad inquebrantable de la nación consagrada en la Constitución, sin margen para «diálogos», cambalaches o tributos apaciguadores con cargo a nuestros impuestos (semejantes al pagado sin éxito en Cataluña por Cristóbal Montoro con la creación de un FLA sin fondo); el apoyo a la familia y a la natalidad, indispensable en este tiempo de glaciación demográfica; la lealtad con las víctimas del terrorismo (que siguen padeciendo la insoportable presencia de los herederos de ETA en todas las instituciones, a la vez que esperan justicia por más de 300 asesinatos sin resolver); una fiscalidad justa, muy distinta de la consistente en cargar sobre las espaldas de la clase media los costes de todas las crisis. Entendimos que invocaba el ideario tradicional de ese PP de antaño, deseoso de albergar con comodidad tanto a liberales como a conservadores. Deseoso de molestar y aun desafiar a esa izquierda nuestra tan pagada de sí misma y tan convencida de su superioridad moral. Deseoso de reivindicarse sin complejos y reconocerse con orgullo en los símbolos que enarbolamos quienes amamos a España.

Ese PP dejó de existir hace años, arrastrado paulatinamente hacia un pragmatismo romo cada vez más relativista. Antes habían sido minados sus cimientos por una corrupción generalizada, que hemos ido descubriendo poco a poco con infinito asco. Una gangrena simultáneamente económica y moral, tanto más grave cuanto mayor fue el poder ostentado por sus portadores. Una enfermedad letal relacionada con la mayoría absoluta.

El PP al que apeló Casado puede y debe regresar, con todas las cautelas necesarias para que nunca vuelvan a adueñarse de él quienes van a la política a servirse en lugar de servir. Puede y debe rearmarse. Y puede y debe buscar aliados fiables, ajenos al separatismo traidor. Porque el principal enemigo, el gran enemigo de España, es el nacionalismo empeñado en robarnos nuestra patria.

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