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El sostén de Sarkozy

EN Francia -«grandeur» obliga-, las verdaderas elecciones regionales son las que se dirimen frente al carrito de los quesos. Las otras -esas que ahora andan en lenguas tras el supuesto terremoto dominguero- son la pedrea del poder, o la piedra de toque, por no cargar ... la suerte. Un pellizco que alivia a los menesterosos y un pescozón liviano que despabila al prepotente. Un aviso de apremio o un anticipo a cuenta. Que el vencedor gallee es natural, puesto que el gallo es, como saben, el animal totémico de los vecinos del primero. Y es lógico, también, que el derrotado ni cante la gallina ni se duela en exceso. A Sarkozy le han dado la del pulpo, menos, en cualquier caso, de lo que se merece, pero aún sigue entero. Y así, con entereza, habremos de sufrir la serenata de los propagandistas de la buena nueva (¡Pleno al rojo! La izquierda hace saltar la banca y acorrala al banquero) y la salmodia quejumbrosa de las plañideras: ¡Por allí resopla! ¡Contemplad la joroba de la extrema derecha!

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