Postales
Rajoy
Redobla la sorpresa que coseche más elogios de los rivales que dentro del PP
Uno de los fenómenos más sorprendentes del momento actual, en que todo el mundo echa pestes de los demás, es que nadie habla mal de Rajoy. Al contrario, se le recuerda no voy a decir con cariño, algo que ha desaparecido de las relaciones humanas, ... pero sí con una especie de nostalgia, como si se añorase su sorna galaica, su denostado dontancredismo, su aceptación del destino, que tanto se le reprochó, en medio de la bulla armada por la nueva generación de líderes. Redobla la sorpresa que coseche más elogios de los rivales que dentro del PP, tal vez porque el liderato no está aún completamente asentado y evita las comparaciones.
Sin duda hay en ello un fuerte componente del famoso «cualquier tiempo pasado fue mejor», tan falso como querido por los españoles, ya que, en general, fue peor. Lo que ocurre es que del presente vemos sobre todo los defectos, mientras del pasado los omitimos, a no ser que seas un resentido y de izquierdas, que suelen ir juntos. Porque el progreso existe, pero no es lineal, sino zigzagueante, con incluso algún retroceso que acostumbra a coincidir con las etapas izquierdistas, paradójicamente llamadas progresistas.
Tengo para mí, sin embargo, que tal nostalgia tiene una causa más profunda, más real. Rajoy tenía razón y su política era la única posible, como sus recortes eran el único remedio de evitar la bancarrota. En un país como España, que nunca había tenido una auténtica democracia y unos españoles que se creen de izquierdas siendo como son de derechas, la única forma de convencerles de que estaban equivocados era permitirles ser víctimas de sus errores. Se vio ya bajo Zapatero, pero fue un periodo demasiado corto para que calara en mentes y corazones. Sólo con un gobierno de izquierdas saldrían a relucir las contradicciones que hay en la izquierda y su incapacidad de crear riqueza. Todo lo más, de repartirla, pero en la mayoría de los casos, ni eso. Pero nadie escarmienta en cabeza ajena. Hay que sentirlo en la cabeza y el estómago.
Algo parecido ocurre con los nacionalistas, tras la borrachera identitaria que han sufrido. Sólo permitiéndoles comprobar que no es España la que les roba, sino sus líderes y que sus sueños independentistas son eso, quimeras, entrarán en razón, aunque llevará bastante más tiempo, al ser más difícil borrar los sueños que las realidades. Atentos a que no sufran otro ataque de esa locura transitoria que es el nacionalismo militante, con el 155 a mano.
Que fue, en resumen, la gobernanza de Rajoy: responsabilidad política y económica, no gastar más de lo que se ingresa y juntos estamos mejor que separados. El resto lo metía en el cajón de las «ocurrencias». Y si no había forma de que lo entendieran, dejar que se estrellasen contra el granítico muro de la realidad. Convencido de que, tarde o temprano, ésta le daría la razón. Fue lo que le permitió dejar la Moncloa tan despreocupadamente. Y con lo que forcejean sin éxito sus sucesores. Pero es lo que hay.