Tiempo recobrado
Bill Evans
Fue un creador único, un músico que experimentaba y que quería agotar las posibilidades de su piano
Murió a los 51 años de una hemorragia interna, provocada por su adicción a la heroína. Pero pocos pianistas han dejado un legado como el de Bill Evans, cuyas grabaciones y álbumes siguen deleitándonos a los amantes del jazz. Tras su trágica desaparición en 1980, ... nadie ha alcanzado el nivel de inspiración y creatividad de este compositor e interprete que elevó el género a la categoría de lo sublime.
No me canso de escuchar su versión de «My foolish heart», grabada en video a finales de los años 60 en un club de Manhattan. Sentado en la banqueta, toca el piano con la cabeza inclinada y los ojos cerrados. Viste corbata y un traje oscuro, mientras sus dedos se desplazan con parsimonia sobre el teclado. Parece haber traspasado la puerta de otro mundo desde el que nos transmite una emoción que sólo él puede vislumbrar.
Woody Allen escribe en sus memorias que no cambiaría nada por el placer de escuchar a Bud Powell tocando «Polka dots and moonbeans». Lo entiendo porque a mí me sucede lo mismo al oír las melodías de Evans, que logra fusionar el impresionismo de Debussy con un estilo original indefinible que algunos catalogan como «cool jazz».
Siempre me he preguntado por qué, con un talento como el suyo, Evans entró en una espiral de autodestrucción que le llevó en sus últimos años a renunciar a todo lo que había conseguido con enorme esfuerzo. Pero lo cierto es que este genio albergaba unos demonios interiores que no pudo controlar y que le empujaron a una muerte prematura, cuando se hallaba en el cenit de su carrera.
Había tocado con todos los grandes, especialmente con Miles Davis, con el que mantuvo una fructífera colaboración que desembocó en la grabación de «Kind of blue», producido en 1959 en unos estudios de Nueva York, un álbum que ha sido considerado de forma casi unánime como el mejor de la historia del jazz, en el que participan John Coltrane, «Cannonball» Adderley y Paul Chambers.
Su amigo y contrabajista Scott La Faro, con el que había reinventado el trio, se mató en 1961 en un accidente de coche cuando tenía 25 años. Ello sumió en la depresión a Evans, a quien se le vio vagando por las calles de Manhattan vestido con las ropas de su colega muerto. Años más tarde, se suicidó su hermano y le abandonó su mujer, lo que precipitó el final del pianista, sumido en una devastadora depresión.
Todo ello sólo sirve para acentuar la emoción que se siente al escuchar muchas de sus grabaciones, que producen la impresión de estar ante algo irrepetible y perfecto, un momento único en el que las notas del piano nos transportan a un reino más allá de este mundo.
Evans fue un creador único, un músico que experimentaba continuamente y que quería agotar las posibilidades de su instrumento. Así concibió «Conversations with myself», un disco en el que superpone hasta tres grabaciones con variaciones sobre el mismo tema.
Pase lo que pase, siempre nos quedará Bill Evans.