Vidas ejemplares
El milagro de Vera y Keith
Aquella noche parecía una sucesión de desastres, pero al final...
Pido venia para descansar de la política. Estamos en enero de 1975. Keith tiene 29 años, pero ya posee un nombre en la música. Aporreador de pianos desde los tres años, ha tocado con maestros del jazz como Miles y Charles Lloyd. Los melómanos aplauden ... su técnica, su ductilidad para todos los géneros, su depuradísima sensibilidad. Su productor lo ha embarcado en una gira mundial de veinticuatro conciertos: él solo improvisando ante el teclado, con once paradas en Europa.
Vera Brandes es una estudiante alemana de 17 años. Y sobre todo, una chalada del jazz, hasta el punto de que se ha convertido en la promotora más joven de su país. A Vera se le ha metido en la mollera traer a Colonia al joven mago estadounidense Keith Jarrett. Lo ha logrado, y también que la Ópera de Colonia acepte el recital, aunque sea a una hora rara: las once y media de la noche. No hay persona más feliz que Vera Brandes.
Llega el Día D, un desapacible 24 de enero. Keith aparece en Colonia a bordo de un Renault 4, tras seis horas de paliza desde Zúrich por carreteras invernales. Está de pésimo humor, machacado desde hace días por crueles dolores de espalda que apenas lo dejan dormir. Músico detallista -casi picajoso- ha exigido un gran piano Bösendorfer 290 Imperial. Pero el Bösendorfer que le reservan en el Palacio de la Ópera, a orillas del Rin, es más chico: el instrumento para los ensayos, muy baqueteado y desafinado. Cuando se presenta a ensayar, el humor de Keith no ha mejorado tras una pésima comida en un italiano tardón. Le bastan dos notas para dictar sentencia: este piano no sirve, no es el que él ha pedido. Se niega a actuar y sale del teatro echando humo, con Vera detrás. Llueve a mares. Keith se mete en el coche. Ella toca la ventanilla, le suplica que actúe. El músico se ablanda: «Pero no lo olvides: solo por ti». El concierto de aquella noche, ante 1.400 espectadores hipnotizados por un genio, es la grabación de piano más vendida de la historia. Jarrett, con su estrambótico pelo afro y una faja de ballenas apuntalando una espalda martirizada, cambió su forma de tocar ante las limitaciones del instrumento. Doblegó su agotamiento insomne dejando brotar el géiser de todas las músicas que atesoraba. Realmente está en otro mundo. Marca el ritmo con toquecitos de percusión sobre el armazón del piano, canturrea, se le escapan suspiros extáticos. El resultado te eleva como solo puede hacerlo alguna música. El increíble tramo del ‘Köln Concert’ que va desde el minuto 6.08 al 8.52 nunca falla: logra comunicarnos que existe algo más alto, invita a confiar en que siempre nos puede esperar algo mejor. Jarrett, creyente de la fe Christian Science, ha llegado a decir que cuando entra en trance se convierte en un ‘canal’ por el que fluye ‘la obra de Dios’. No me cuesta demasiado creerle.
En la primavera de 2018, Keith Jarrett sufrió un doble ictus que paralizó la parte izquierda de su cuerpo. Le costó casi un año volver a caminar y solo puede tocar con la mano derecha. No retornará a una sala de conciertos. Pero su milagro ya está hecho. Que Dios los bendiga, a él y a Vera Brandes.