Como una roca

Coincidí con Irene el pasado jueves en un plató de Telemadrid. Le dije que recuerdo perfectamente aquella mañana porque cuando ETA atentó yo también era un niño , y yo también iba al cole en autobús. Le dije que con aquel atentado los niños como yo pusimos rostro a la sinrazón. Y le dije que ese día mi mente infantil comprendió que si le pasaba a ella, podía pasarnos a todos.

Unos años después, ya bachiller, se produjo el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Yo tenía 17 años y una incipiente conciencia política. El sentimiento infantil que experimenté a través de Irene Villa evolucionó entonces a un compromiso cívico que aún hoy me acompaña: el rechazo a toda forma de violencia.

Hoy ETA no mata, pero la situación en el País Vasco está lejos de ser idílica para quien no comulga con los postulados nacionalistas, especialmente en los pueblos más pequeños. Hoy ETA no mata, pero sobre su más de medio siglo de terrorismo se ha extendido un manto de olvido que opaca la mirada de las nuevas generaciones. Por eso, a aquel despertar que provocó en mi infancia Irene Villa, y a aquel compromiso que surgió en mí juventud gracias a las manos blancas contra ETA, debo unir hoy la convicción adulta de que hay que aprovechar cada oportunidad para apoyar a las víctimas. Desde esta tribuna de ABC, hoy toca decirle a Otegi que su persona es la prueba de que ser miserable y ser cobarde es compatible y que llegados a 2021 no se trata de lamentar el dolor de las víctimas, sino de minimizarlo. Y eso hoy sólo se puede conseguir pidiendo perdón y ayudando a esclarecer los trescientos crímenes no resueltos. Todo lo demás tiene un indigno y oportunista tufo político. Exactamente lo contrario al ejemplo de Irene.