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Tribuna abierta

A él sí, a los demás no

«Cervantes, en su «Quijote», recuerda la ley del embudo para salvaguardar la honra de quienes quedaron en su estrechez estigmatizados por ella en manifiesta desigualdad con aquellos que la recibieron holgadamente»

Juan Antonio López Delgado

Cervantes, en su «Quijote», recuerda la ley del embudo para salvaguardar la honra de quienes quedaron en su estrechez estigmatizados por ella en manifiesta desigualdad con aquellos que la recibieron holgadamente.

En 1930 escribía Lerroux: «Hace muchos años que los monárquicos se pasan la vida torpedeando al rey... Los republicanos nos hubiéramos contentado con derribar la monarquía... Los monárquicos, cuando no les sirve, la deshonran.»

Hogaño, con la laxitud moral que caracteriza nuestras acciones todas, el insulto a la Corona ha venido a caerse de los labios de unos y de otros y venir a manos de tanto grosero en apariencia gracioso, aunque no puede haber gracia donde no hay discreción.

Una vez se atrevió el ocioso pueblo a exteriorizar su vejamen; vino, en su ascensión invertida, a aposentarse en las gradas cuasi sagradas del Congreso y a ser escupido fea e inficientemente entre aquella colectividad augusta.

Execrable nos parece que se manche la calle con tales vituperios, pero que en el propio Parlamento se profieran y no hallen por respuesta sino un recio trenzado de silencio alcanza la sinrazón de lo inadmisible.

S.M. el Rey emérito no ha estado demasiado distante de su abuelo quemando siempre -paréntesis de placeres privados, ¿qué monarca no los ha tenido? - su vida tras una quimera ideal: hacer de España la patria respetada y en paz mediante consenso de concordia nacional.

En cualquier caso, Cervantes nos recuerda por boca de su inmortal caballero: “Al que has de castigar con obras, no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones”.

Aquellos primeros consejos a Sancho encierran verdades no menos aforísticas: “Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria, y ponlas en la verdad del caso.”

¿Acaso no languidecen y atenúan y hasta se olvidan muchas veces delitos contra la Hacienda pública de un calado formidable? ¿Dónde está, verbigracia, el caudal despilfarrado en Andalucía? ¿Acaso la laceria moral de D. Juan Carlos I, si la hubo, debe brillar cual antorcha inapagable en toda la casa del Estado y, la de los otros, quedar miserable bajo el celemín?

D. Alfonso XIII declaró una vez golpeando su conciencia escrupulosa: «Un rey puede equivocarse, y, sin duda, erré yo alguna vez; pero sé bien que nuestra patria se mostró en todo tiempo generosa ante las culpas sin malicia...»

¿Por qué a D. Juan Carlos, que tan alto y digno puso siempre en el mundo el pabellón de España, tarea impagable e incuantificable, se le mide por donde el embudo se estrecha, y a los demás no?

¿Habrá que volver otra vez a aquellos consejos de D. Quijote a Sancho Panza con que, antes que fuese a gobernar la ínsula, le advertía: “Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del Juez riguroso que la del compasivo.”?

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Juan Antonio López Delgado, C. de la RR. AA. de la Historia y de Alfonso X el Sabio

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