Cambio de guardia
Junco frágil
De estos cataclismos deberíamos extraer una lección: la de los seres radicalmente vulnerables que somos
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Iniciar sesiónDos años ya. Y en todos ha arraigado la certeza de que el mundo que conocimos no va a retornar. No es tan raro. A los hombres nos consuela fantasear la perezosa continuidad de nuestras convicciones: que son, al cabo, convenciones. Y fingir siempre iguales ... tiempos y geografías. El autoengaño funciona por grata inercia. Pero, de vez en cuando, un cataclismo golpea con su realidad nuestro ensoñado mundo marmóreo y lo hace saltar en pedazos. Y la precariedad emerge como nuestra esencia. De estos cataclismos deberíamos, al menos, extraer una lección: la de los seres radicalmente vulnerables que somos.
La crisis mundial, que el laboratorio de Wuhan desencadenó hace dos años, ha barrido demasiadas cosas como para que la odiosa sonrisa del presidente del gobierno pueda ser tomada en serio. No, no «salimos más fuertes». Salimos -o, más bien, ‘saldrán’ los que salgan- literalmente hechos polvo. Saldrá un mundo que habrá perdido toda la euforia con la que aquella globalización de principio de siglo nos prometió una universalidad del confort y de las altas rentabilidades productivas. Saldrá una Europa náufraga de su inoperancia material: esa que la ha hecho depender del tercer mundo para manufacturar cosas tan elementales como las mascarillas o los test de antígenos. África seguirá profundizando en su espiral de exterminio. Como siempre. Y a la cifra alucinante de aquellos a los que mató el virus, habremos de añadir ahora la ruina profunda en la que sectores enteros de la economía mundial van a verse sumergidos. Sin horizonte serio de salida a corto plazo. Es la precariedad humana, en una hosca metáfora futurista.
Y esa precariedad estuvo siempre al acecho de los animales pensantes: estos que saben que la muerte es su horizonte y que no existe coartada para eludir eso. Sólo, el consuelo de saberlo. La fórmula más bella se la debemos a un devoto matemático del siglo XVII, Blaise Pascal: «El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace falta que el universo entero se alce en armas para aplastarlo; un vapor, una gota de agua bastan para matarlo. Mas, aun cuando el universo lo aplastara, el hombre seguiría siendo más noble que lo que lo mata, puesto que él sabe que muere y sabe la ventaja que el universo tiene sobre él. El universo nada sabe de ello». Vivir es prodigio.
No hay un modo más bello de decir la miseria y la grandeza de aquel que vive el doloroso privilegio de saberse efímero y que hace épica -y ética- primordial de ese saber. O sí, lo hay. El del Fray Luis de Granada que inspira a Pascal: «Piensa que no eres más que una cañavera que se muda a todos los vientos, sin peso, sin virtud, sin firmeza, sin estabilidad y sin ninguna manera de ser».
Un frágil junco, que sabe serlo. Sólo. Y que no busca consuelo en no saberlo. En suma, un hombre.
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