Cambio de guardia
Covid en tête-à-tête
Soy un hombre de suerte. De haberme dado caza hace dos años, a saber cómo hubiera terminado
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Iniciar sesiónAcabó por pillarme: llevo días ya en la clausura de un cortés ‘tête-à-tête’ con el Covid. Soy un hombre de suerte. De haberme dado caza hace dos años, a saber cómo hubiera terminado. Pero Ómicron es, me dicen los que si no lo ... saben aparentan saberlo, un pariente pobre. Así que dejémoslo en eso: soy un hombre de suerte. No paro de repetírmelo desde hace una semana. A mí mismo y a las paredes de mi casa: porque lo primero que suprime el Covid es cualquier interlocutor humano. Tampoco es que sea yo muy sociable, así que tan guapamente.
Lo que aún, sin embargo, no acabo de entender del todo es la luminosa profecía del Doctor Sánchez: «Saldremos de esto más fuertes». Pues ya me lo irá explicando. Yo, de momento, camino por el pasillo como un zombi. Y, para zombi, lo que va a quedar de la economía mundial: de la española, ni hablo. Pero puede que yo no entienda al sutil Sánchez. Todo está en descifrar cuál sea el presidencial ‘nosotros’ que va a salir tan beneficiado de esto: alguno habrá.
A golpe de paracetamol y de paciencia, la fiebre duró cuatro días. El dolor de pecho y garganta sigue, pero va cediendo. Lo más latoso es el cansancio. Que me trae a la memoria aquella loca adolescencia mía, en la cual me dio por correr carreras de fondo. Ni tras la peor de ellas me ha caído encima una losa tan de cemento como ésta de ahora. Paciencia. Y tiempo de sofá y lectura: aunque los ojos también plantean su tabla reivindicativa y la cabeza no está para disquisiciones muy sesudas.
Busquémosle el lado bueno. ¿Lo tiene? «Te salvará esto, cuando tengas mi edad», solía decir ante mi biblioteca un viejo catedrático, ya muerto, que tenía una biblioteca veinte veces mejor que la mía. Bueno, la vida no te la salva, pero te la entretiene. Eso y la escucha muy queda -el dolor de cabeza impone recias limitaciones- de los tan tenues motetes de William Byrd, de Verdelot, de Willaert, sin los cuales nunca hubiera escrito mi novela ‘Dormir con vuestros ojos’, en cuya trama un canciller moribundo evoca el esplendor de la Florencia Medici.
En un volumen de Epicteto, que debía de llevar tiempo sin abrir, me entretengo reconociendo los pasajes que el que yo fui hace cuarenta años subrayó o anotó. Es una tarea curiosa. Uno sabe que no es ya aquel al que maravilló este libro. Pero, en la continuidad que libro y maravilla imponen, percibe un imprevisto espejo en el túnel del tiempo. Y sabe que ese pasado dice su presente. Aunque el que lo anotó fuera un presuntuoso profesor de treinta años que ahora le da risa.
Epicteto: «Si tienes aversión a la enfermedad, a la muerte o a la pobreza, serás desdichado. Arranca de ti todo cuanto de ti no dependa». Epicteto fue un esclavo. No podía acogerse al consuelo de una buena biblioteca. ¿Cómo podría yo, que, enfermo o no, tengo ese privilegio, quejarme? No. Soy un tipo con suerte.
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