Tiempo recobrado
La estatua de Kant sigue en su sitio
Es imposible estudiar el pensamiento moderno sin haber leído a este gigante
El año pasado un grupo de vándalos nacionalistas manchó con tinta la estatua, la tumba y la placa de la casa donde vivió Immanuel Kant en la ciudad prusiana de Königsberg, hoy Kaliningrado bajo soberanía rusa. Un almirante llegó a pedir que se retiraran todos ... esos símbolos, alegando que el filósofo había escrito libros aburridos, incomprensibles y antinacionales. Los habitantes de Kaliningrado votaron en contra de bautizar el aeropuerto con su nombre.
La buena noticia es que la estatua de Kant, colocada sobre un pedestal en un parque, sigue en su sitio. Con una mano abierta hacia el público y su sombrero y el bastón, en la otra, Kant parece interpelarnos al debate de muchas de sus ideas, que hoy han recobrado una gran vigencia.
En primer lugar, porque Kant publicó en 1795, cuando la Revolución Francesa se eclipsaba, un opúsculo titulado «La paz perpetua» en el que propugnaba una Europa unida bajo una federación de Estados libres sin ejércitos permanentes. Curiosamente sostenía que los Gobiernos no debían contraer deudas externas porque ello siempre es una amenaza para las buenas relaciones.
Kant defendía también que todos los Estados europeos deberían dotarse de Constituciones que garantizaran los derechos civiles bajo una fórmula republicana. No está nada mal para un pensador sometido al autoritarismo de la monarquía prusiana.
Diez años antes, el filósofo había escrito unas páginas en las que explicaba qué es la Ilustración, cuyo rasgo esencial, según sus palabras, es la autonomía intelectual del individuo que está por encima de la religión y de los designios de los monarcas. No en vano Kant fue quien acuñó «el imperativo categórico», que sustenta la libertad moral de cada ser humano con el límite del respeto al prójimo.
Kant sentó las bases de una revolución del conocimiento con su «Crítica de la razón pura», en la que concluye que nuestro entendimiento no puede captar la esencia de las cosas a pesar de defender la noción de la universalidad de la ciencia. Es imposible estudiar el pensamiento moderno sin haber leído a este gigante, nacido en el seno de una modesta familia y que vivió con una austeridad ejemplar.
Tuvo problemas con la censura y muchos de sus contemporáneos no entendieron su obra, que ejerció una enorme influencia en Fichte y Schelling. Pero sus concepciones siguen siendo un desafío para quien aspire a pensar por su cuenta y correr el riesgo de cuestionar lo políticamente correcto.
Kant era tan creador e imaginativo que escribió un tratado sobre astronomía cuando era joven. Se ha dicho que murió sin ver el mar, lo cual es una solemne tontería porque Kaliningrado está a muy pocos kilómetros del Báltico. La ciudad fue sometida por el Ejército Rojo a un largo asedio en 1945 y, desde entonces, se encuentra bajo soberanía rusa a pesar de haber sido la capital histórica de la Prusia Oriental.
Este largo preámbulo se podría resumir en una conclusión esencial: que Kant siempre sostuvo que las acciones humanas debían guiarse por la razón, una idea muy molesta para muchos de sus conciudadanos y para los movimientos nacionalistas y populistas que intentan destrozar hoy el gran legado de la Ilustración.
En una Europa en la que ha resurgido el debate de las identidades y las fronteras y en la que los sentimientos parecen más importantes que la racionalidad, sería un suicidio olvidar a Kant, la gran referencia ética y política del pensamiento occidental. Propongo, a cinco años del tercer centenario de su nacimiento, que las instituciones le hagan una gran estatua frente al Parlamento de Estrasburgo.