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Quiero ser ucraniólogo

Estos ucraniólogos de plató son los mismos que hace nada lo sabían todo sobre el volcán

Antonio Burgos

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He intentado, pero no lo he conseguido. Yo quiero ser ucraniólogo, como todo el mundo en esta hora; pero me da vergüenza que se me note a chorros que estoy improvisando cuanto digo, y que mi saber es de robador de oído, de los que ... hacen suyo cuanto oyen y les merece un cierto prestigio, porque suponen que eso da lustre. No sé si lo han observado, pero España se nos ha llenado de ucraniólogos de plató y de estudio, no hablo de los esforzados corresponsales de guerra en primera línea de fuego de esta terrible guerra. Nunca he visto a tantos que sepan tanto sobre esta antigua república de la URSS, de la que algunos lo único que nos sonaba era que por el puerto de Odesa salió el Semíramis, aquel barco que traía de regreso a la Patria a los españoles voluntarios en la División Azul que habían sido hecho prisioneros por los soviéticos. Supongo que a los que pasan por ucraniólogos de salón en las radios y televisiones y se ponen las medallas de especialistas en este aterrador ataque de Rusia les habrá ocurrido igual, pero no lo dicen. Seguro que no sabían que Ucrania tiene una frontera tan extensa con Polonia, y que la hacían menos al sur de lo que debe ser Europa y territorio OTAN, pero que el zar Putin no está dispuesto a consentirlo. Ah, algo muy útil para pasar por ucraniólogo es comparar a Putin con el zar Nicolás, y afirmar que sus ansias expansionistas son una constante de Rusia. Desconfío de los ucraniólogos, porque no creyeron en los avisos de Estados Unidos, que afirmaban que la invasión injusta e injustificable estaba al caer; creían que era un farol del inquilino de la Casa Blanca. Desconfío de los ucraniólogos porque lo mismo que al principio nos dijeron que esta guerra no iba a influir para nada en España, han terminado reconociendo que los misiles de las tropas invasoras no sólo están cayendo sobre los objetivos militares y la población civil de Kiev, sino sobre nuestro IPC, nuestro poder adquisitivo, nuestros precios: de los combustibles, del trigo duro, del centeno, del maíz, por si nos faltaba algo en la inflación que padecemos y donde un euro cada vez vale menos.

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