TIRO AL AIRE

La ciudad es más joven que nosotros

Estas tiendas, pienso, pueden ser una especie de evolución del capitalismo. El colmo del capitalismo. Comprar sin necesidad

Prestar libros, ¿para qué?

Oda a la nevera de playa

En la calle Fuencarral (de Madrid) han abierto una tienda en la que venden paquetes al peso. Hay montones envueltos en papel de estraza o en plástico. El comprador no sabe qué hay dentro. Es decir, paga por algo que desconoce. ¿Incoherencia o lotería? Lo ... primero no se regula. Lo segundo es una sala de juegos. Una tómbola. Aunque no lo parece porque nada de neones ni musiquita vibrante. Se diría que este establecimiento es un sitio cero atractivo que se postula, si acaso, a nave industrial–almacén de polígono. Esos sitios a los que sólo se va por precio. También es neuromarketing: te simulan que es cutre para que te creas más ahorrador.

Choca su escaparate desaliñado frente al cuquismo, la ostentación o el minimalismo que exhiben los del resto de la calle. Desde fuera se ven los paquetes desordenados y las básculas. Hay un cartel que te anuncia que cualquier bulto puede esconder un iPhone. El cebo. O un paquete de folios de 500, pienso yo, que es justo lo que me hace falta esa tarde. El sesgo de necesidad. No sé si existe.

Entro –ay, la curiosidad– y me siento rara. No me atrevo ni a tocar cuando eso es lo que hacen dentro los buscadores de oro. Manosear, sopesar, apretar los bultos. No me serviría de nada. Con un ligero roce me creo capaz de sentenciar si una prenda lleva seda, lino o algodón egipcio –también lo miro en la etiqueta– ¿pero reconocer lo que hay tras un envoltorio de burbujas? Ni idea. Supongo que es este un asunto generacional. En la mía hay mucho rebajero, en las siguientes puede haber mucho paquetero.

Estas tiendas, pienso, pueden ser una especie de evolución del capitalismo. El colmo del capitalismo. Comprar sin necesidad. ¿No era eso el capitalismo mismo? Vender ilusión. También podrían ser la vuelta a la economía de aprovechamiento. Almacenes de envíos no queridos, de huérfanos de la paquetería, que buscan una segunda oportunidad. No pidas, acepta lo que otro rechaza. Qué revolución. Igual hemos dado con la verdadera economía circular.

Hecho el experimento, no volveré a entrar. No me seduce el asunto. Lo confirmo al salir porque, de repente, me siento en comunión con mis padres. No sé en qué momento decidieron que había sitios por los que no pasaban. Quizá fue ante su primer McDonald's. Sí, ahora que paseo por la ciudad me veo reflejada en ellos. Tras mi experimento paqueteril sé que hay tiendas y restaurantes –¿restaurantes?– que, como ellos, no voy a pisar. Esos locales que ofrecen comidas –¿comida, de verdad?– con nombres, condimentos, salsas y hasta colores inidentificables hasta para mí que soy una catacaldos. Pero mayor que la ciudad. Lo acepto: cada vez abrirán más negocios que no voy a entender. Porque la ciudad, si está viva, renace cada día y por eso está obligada a ser más joven que yo. Lo contrario sí sería un problema.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios