Padre Bladimir: «A nosotros nos tocará reconstruir Cuba»
El sacerdote cubano, afincado en España, escondió su vocación a su familia durante años. Sensible a los temas sociales, lidera el Proyecto Cobijo, que acaba de echar a andar y que tiene como fin acoger a cubanos que han salido de la isla huyendo de la crisis económica y de la represión
La crisis económica y política causa el mayor éxodo de la historia de Cuba
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Iniciar sesiónCon apenas 9 años de edad Bladimir Navarro (Camagüey, Cuba) comenzó a guardar un secreto, no era un secreto infantil, sino algo que tendría gran trascendencia en el resto de su vida: quería ser cristiano. Hijo único de padres ateos –su madre se convertiría ... después–, en casa de Bladimir «Dios no existía», aunque sí había alguna alusión a él: un Sagrado Corazón de Jesús, escondido en un armario. «Con 6 o 7 años yo le preguntaba a mi abuela por qué ese señor estaba escondido allí, y ella me contestaba que algún día sabría porqué». Quien presidía entonces el salón de su hogar «era un cuadro de Fidel (Castro)», rememora para ABC el hoy padre Bladimir, como le conoce todo el mundo, que vive en España desde hace tres años.
Carismático y de trato afable, este sacerdote cubano explica cómo descubrió a Dios: «Llegué a la fe porque unos niños vecinos me invitaron a una obra que estaban ensayando para la Navidad. Una catequista me ofreció ser rey mago y le dije que sí. Y ahí me quedé. Todos los domingos fui a la catequesis y me bauticé, y después hice la comunión. Tenía muy claro lo que quería ser», relata.
Durante seis años pudo guardar el secreto: «Yo decía que iba a jugar». Una mentira piadosa. Fue a los quince cuando sus padres se enteraron de la verdad. «En el bachillerato fui a la Vocacional (centro de orientación profesional). En ningún colegio se impartía religión, así que unos cuantos alumnos no reuníamos en el sótano, y allí nos pillaron. Los jefes quisieron tomar medidas contra nosotros, y mi abuela materna nos defendió».
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A Bladimir le llegó la vocación sacerdotal en ese bachillerato, alimentada también por la visita –«que nos marcó mucho»– de Juan Pablo II, en 1998, la primera de un Sumo Pontífice de la Iglesia Católica a la isla. El joven emprendía un camino de alto riesgo en un país, Cuba, en el que la persecución contra la Iglesia no ha cesado desde el triunfo de la Revolución en 1959. Enfiló la carrera hacia el sacerdocio a los 21 años, dejando a un lado sus estudios de medicina y «un bonito romance».
Esta decisión ahondó aún más la brecha abierta en la relación con su padre, que era –«y es»– comunista. «Fue muy duro. Mi padre dejó de hablarme durante nueve años. No fue a mi ordenación, pero nos reconciliamos cuando cayó enfermo de un cáncer». Sus cuidados en el hospital, y las largas noches de dolor y de conversaciones les acercaron. «Me preguntó si yo era feliz, y le dije que sí. Él pensaba que yo iba a ser un solterón amargado y triste, y descubrió que era un hombre alegre y realizado con lo que hacía».
«Me preguntó si yo era feliz, y le dije que sí. Él pensaba que yo iba a ser un solterón amargado y triste, y descubrió que era un hombre alegre y realizado con lo que hacía»
Padre Bladimir
Proyecto Cobijo
Después de estar durante casi una década en la parroquia de Santa Cruz del Sur, en la provincia de Camagüey, el padre Bladimir, cuya vocación ha estado siempre marcada por «los temas sociales», viajó a España para estudiar un máster sobre Teología Moral. Una vez aquí, comenzó a bullir en su cabeza un anhelo por ayudar a otros cubanos que como él habían salido de la isla.
«Cuando llegué aquí me di cuenta de que llegaban muchos cubanos, a los que yo intentaba reubicar, de buscar trabajo, de ayudar con los papeles..., pero de una manera informal», reconoce. La oficialización de su compromiso, tanto material como espiritual, con los cubanos que salían de la isla –«también con los latinoamericanos que llegan a Madrid», puntualiza– se materializó en el Proyecto Cobijo. «La idea nació de un grupo de amigos –siete personas, entre ellos, una psicóloga, un odontólogo, una ingeniera, una periodista, un extrabajador de banca...– con el anhelo de acoger. Cuando nos reuníamos soñábamos que si ganábamos la lotería compraríamos una casa para el proyecto».
Eso no sucedió, pero este pasado verano una feligresa de la parroquia de Santa María de la Esperanza, en Alcobendas, en la que ejerce el padre Bladimir, se le acercó y le ofreció todos los enseres de una vivienda para enviar a Cuba. El padre Bladimir, consciente de lo difícil que es lograr que envíos internacionales lleguen al pueblo cubano, se interesó por la casa que, con cuatro dormitorios, podía alojar a diez personas. «El 1 de agosto teníamos las llaves de Cobijo».
El dinero de la renta, explica, sale de una «red de buenos samaritanos; ya tenemos cuarenta que domicilian 20 euros mensuales». Otros voluntarios y redes de colaboración les ayudan con la aportación de comida, ropa, enseres... El fondo lo destinan también a pagar gestiones.
Luminosa, limpia y muy ordenada, la vivienda situada junto a un paque en Alcobendas acoge en la actualidad a ocho personas, entre ellas un matrimonio con un bebé. El límite de la estancia es de tres meses, «durante los que les damos vivienda, comida, les ayudamos con los papeles, el empadronamiento...», explica.
El Proyecto Cobijo se rige por tres verbos: «Acoger, transformar la mentalidad –propia del marxismo– con la que venimos de Cuba, les damos consejos para ser puntuales, responsables y decir la verdad; y enviar, esto es, que encuentren su propio lugar, su casa, y que repliquen lo mismo que han recibido: acoger y que sigan ayudando a otros», subraya el padre Bladimir.
Salir de Cuba
El incremento de la represión en Cuba y de la grave crisis económica ha provocado el mayor éxodo de cubanos de su historia. «Se está viviendo una precaridad social y de la dignidad humana terrible», señala. Entre las personas alojadas actualmente por Cobijo se encuentra Patricia, de 22 años, que llegó a España en 2021. Tras vivir unos meses en Valladolid, vino a Madrid donde estuvo trabajando. Cuando se quedó en paro el padre Bladimir le ofreció ayuda.
«Era estudiantes de Medicina, y lo que me esperaba cuando me graduara era ser esclava del Gobierno»
Patricia
Estudiante de Medicina
Patricia asegura que dejó Cuba, además de por la falta de libertades «para pensar y hacer nada», por la situación económica. A esto se sumaron las razones personales: «Sentí que allí no tenía futuro. Era estudiantes de Medicina, y lo que me esperaba cuando me graduara era ser esclava del Gobierno (cubano)», afirma en alusión a las misiones de médicos, que la ONU ha calificado de «trabajo forzoso».
El trayecto que realizó Gerislandis, de 37 años, hasta llegar a esta casa fue bastante más largo y peligroso. Tras salir de Cuba en enero de este año, su primer destino fue Moscú (no requiere visado para los cubanos, como tampoco Serbia y Nicaragua). Tras ocho meses en Rusia, decidió dejar el país, «por miedo a que me deportaran». Antes de llegar a Madrid, pasó por Serbia, Bosnia, Croacia, Eslovenia e Italia, desde donde viajó a Barcelona.
«Mi salario de un mes lo conseguía en dos días en Rusia
Gerislandis
Informático
Graduado en Informática, casado y con dos niños pequeños que dejó en la isla, afirma que abandonó Cuba por la falta de expectativas laborales. «Para que sea haga una idea, mi salario de un mes lo conseguía en dos días en Rusia». Recuerda que en el aeropuerto de Madrid alguien le pasó un número de telefóno y le dijo: «Llama al padre Bladimir, que te puede ayudar». «Fue providencial» para Landis; «y un regalo de la Virgen para mí», bromea el sacerdote cubano.
Junto a él se sienta Jorge, de 29 años, que estudió construcción civil. Salió de Cuba a finales de septiembre con la intención de regresar, sin embargo, «la situación no era favorable. La mayoría de los jóvenes estudian, trabajan, pero no ven futuro», por lo que cambió de idea, también al contar con el apoyo del padre Bladimir.
Tampoco tenía previsto exiliarse de la isla Ammei (nombre ficticio), una artista independiente de 44 años, que hizo escala en Madrid antes de dirigirse a Suecia donde tenía previsto colaborar en un proyecto: «(En Cuba) me hicieron firmar una carta de retorno. Mi idea no era abandonar el viaje, pero durante las horas de escala aquí vi que era una oportunidad». Se emociona cuando recuerda que ha dejado atrás una familia, con cuatro hijos. La menor de ellos, de 13 años, fue quien la animó a quedarse. «Me dijo que no nos íbamos a ver en mucho tiempo, pero que no regresara».
«Las alternativas en cuba para un artista independiente son morir o estar preso»
Ammei
Artista independiente
Ammei subraya que aunque ella no es «disidente», la Seguridad del Estado tenía puesta la vista sobre ella tras sufrir un derrumbe en su edificio en 2018, algo demasiado habitual en Cuba. Vinculada artísticamente a Luis Manuel Otero Alcántara –«pero no políticamente», matiza– realizó con él una 'performance' sobre los derrumbes. «Eso me hizo visible a nivel internacional». Y la puso en la diana del régimen. Ammei denuncia que ahora las alternativas para un artista independiente en la isla son «o muerta o presa».
Formar parte de esta casa es una «oportunidad de vida» para ella. «Necesitamos cosas materiales cuando llegamos, pero sobre todo alimento espiritual. Hemos llegado con la vida destruida, completamente adoctrinada. Esto es como un oasis. Cobijo para mí fue una bendición».
Interrogados los cuatro sobre sus planes en España y si tienen previsto regresar a Cuba en el futuro, responden al unísono: «¿Volver a dónde?», tras lo que estallan en una carcajada que rápidamente ataja el padre Bladimir. «A nosotros nos tocará reconstruir Cuba dentro de 10 o 15 años. Ese es mi anhelo. Lo que estamos aprendiendo de España, de Europa, de la democracia... Eso es lo que queremos llevar allí».
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