Hong Kong: la libertad arrebatada
Este sábado se cumplen 26 años desde que el Reino Unido devolvió la soberanía de su colonia a China, que garantizó a los británicos, y al resto del mundo, que los derechos y libertades permanecerían inalterables durante medio siglo. La realidad ha sido muy distinta
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Iniciar sesión¿Qué queda de un lugar cuando deja de ser lo que era? En apariencia, todo. Con sus espigados edificios sobre calles de nombres británicos repletas de rostros asiáticos, Hong Kong continúa exteriorizando la misma anomalía histórica, una delicada fruta nacida del esqueje de ... Occidente en Oriente. Ahora bien: estas avenidas fueron también escenario del violento choque entre sus respectivos valores. Las manifestaciones prodemocracia del 2019 cambiaron el rumbo del territorio al provocar la acometida definitiva del autoritarismo chino. Cuatro años después de aquel caótico verano, cubierto con meticulosidad a pie de asfalto, ABC regresa por primera vez tras el aislamiento vírico para indagar qué resta del peculiar enclave antes conocido como Hong Kong.
Este 1 de julio añade una nueva muesca a la sucesión de aniversarios desde que en 1997 el Reino Unido devolviera la soberanía de Hong Kong a China, poniendo fin a siglo y medio de presencia ininterrumpida. El régimen comunista garantizó a los británicos, y al resto del mundo, que los derechos y libertades permanecerían inalterables durante al menos otro medio siglo. Una promesa plasmada en la Declaración Conjunta Sino-Británica y, después, en la Ley Básica que rige la «región administrativa especial», bajo el sintagma 'Un país dos sistemas'. Más de la mitad de esos cincuenta años han transcurrido ya: veintiséis frente a veinticuatro. La época colonial queda más lejos que la sombría frontera de 2047, hecha presente por adelantado.
Desde el principio la sociedad civil reaccionó, inflamable, ante cada tentativa de asalto despótico. El chispazo último llegó en junio de 2019 en forma de proyecto de ley de extradición, el cual pretendía que ciudadanos hongkoneses pudieran ser juzgados en suelo continental. Así estalló una protesta de magnitudes nunca vistas, con más de un millón de personas en un territorio de siete tomando las calles hasta en tres ocasiones en el plazo de apenas dos meses.
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Jaime SantirsoLa represión militar de las protestas y sus miles de muertos formaron parte de una lucha por el poder en el seno del Partido Comunista Chino, según investigaciones académicas recientes. Se cumplen 34 años de aquel sangriento suceso
La incapacidad para reaccionar del Ejecutivo local, liderado por Carrie Lam, elevó la movilización a cita semanal. Los manifestantes se convirtieron en una suerte de guerrilla urbana que campaba a sus anchas por el centro de la ciudad, a su vez un campo de batalla enturbiado por los gases lacrimógenos y la brutalidad policial. Ya entonces resultaba evidente que para Hong Kong no habría vuelta atrás.
Con su siguiente zancada, el movimiento saltó del espacio público a las instituciones. En las elecciones municipales de noviembre de 2019 las fuerzas prodemocracia cosecharon una mayoría histórica. Estas pasaron de aglutinar 124 escaños de un total de 477 a 388 –una subida del 27 al 82%–, mientras que el bando prochino cayó de 331 a 89 –un desplome del 73 al 18%–, gracias a una participación también histórica del 71%. Tras semejante logro, el plan de la oposición consistía en presentar una lista unitaria a las siguientes elecciones legislativas –programadas en septiembre de 2020– para maximizar sus posibilidades de controlar por primera vez el Consejo Legislativo, el parlamento territorial, pese a las trabas de un sistema solo parcialmente representativo.
Pero cuando la oportunidad parecía más cerca que nunca, llegó la pandemia. El mundo se confinó y al amparo de la crisis sanitaria China operó a su antojo. En marzo de 2020 el régimen impuso desde Pekín una nueva Ley de Seguridad Nacional, la cual castigaba hasta con cadena perpetua todo acto considerado «separatismo, terrorismo, subversión de los poderes del Estado o confabulación con fuerzas extranjeras». El Ejecutivo local de Hong Kong se sirvió de este marco jurídico para acabar con los partidos prodemocracia, los medios de comunicación y la sociedad civil.
Acto seguido, aplazó los comicios y aprobó una reforma electoral. Esta aumentó el número de escaños de la cámara, de 70 a 90, pero redujo la cantidad elegida por sufragio directo: de 35, más de la mitad, a 20, ni siquiera una cuarta parte, haciendo matemáticamente imposible que el frente prodemocracia, para entonces ya laminado, obtuviera una mayoría parlamentaria. Las elecciones acabaron por celebrarse más de un año después de lo previsto, en diciembre de 2021, con la participación transformada en la única métrica significativa. Los hongkoneses hablaron alto y claro con su silencio: tan solo el 30% depositó su voto, la tasa más baja en la historia del territorio.
Un nuevo Hong Kong
Dicho itinerario conduce a hoy, en el lugar antes conocido como Hong Kong, que cuatro años después de las protestas ha perdido su paradoja esencial: el hecho de conformar una sociedad otrora libre, abierta y moderna pese a formar parte de la dictadura más poderosa del mundo.
«Hong Kong es más libre de lo que crees», defiende Ronny Tong, miembro del Gabinete de Carrie Lam, quien recibe a ABC en la sede del laboratorio de ideas que dirige, Path of Democracy, «el camino de la democracia». En su opinión, el nuevo clima social no responde a la Ley de Seguridad Nacional en sí misma. «Tiene más que ver con una reacción emocional por parte de individuos que estuvieron muy involucrados en lo que sucedió en 2019 y ahora tienen miedo de que les pillen si dan un paso equivocado».
–¿Es Hong Kong menos libre hoy que antes de las protestas?
–No, somos más libres que antes de 1997.
–Hablo de 2019, no de la época colonial.
–No, no lo creo.
La firmeza de su respuesta contrasta con la experiencia de muchos ciudadanos. Es el caso de Tom, quien habla por teléfono pues no quiere ser visto en compañía de un corresponsal extranjero. No reconoce haber asistido a las manifestaciones de 2019 hasta asegurar que su testimonio quedará protegido bajo un nombre ficticio. «Ahora es un crimen muy serio», se justifica. «Diría que el noventa por ciento de mi círculo social acudió al menos una vez. Estábamos luchando por la supervivencia de Hong Kong, la ley de extradición iba a alterarlo profundamente».
«El primer cambio es que la gente ya no se atreve a hablar, tenemos que pensar antes abrir la boca. Antes podías decir lo que quisieras, ahora no»
Esa involución, a su entender, ya ha sobrevenido. «Hemos perdido aquello que nos hacía diferentes», se lamenta. «El primer cambio es que la gente ya no se atreve a hablar, tenemos que pensar antes abrir la boca. Antes podías decir lo que quisieras, ahora no». Por eso uno de sus amigos, periodista, tuvo que abandonar la ciudad. «Otro participó en las primarias del frente prodemocracia y está en la cárcel, pero todavía no sabe de qué está acusado», añade.
Libertad perdida
Ante el cráter de la libertad recién extraviada, hay quien examina las últimas décadas en busca del fatídico desvío en el camino a la democracia. Muchos apuntan a la revolución de los paraguas en 2014, la cual rechazó una propuesta que hubiera instaurado el sufragio universal para la elección del jefe del Ejecutivo local –compromiso adquirido por China en el artículo 45 de la Ley Básica– pero entre una terna de candidatos preseleccionados por el régimen.
«Resulta irónico porque Hong Kong ya era un sitio muy libre», explica Wang Xiangwei, exdirector del diario 'South China Morning Post', mientras da sorbos a un café en uno de los muchos hoteles de lujo de la ciudad. «Ahora nunca recuperará esa oportunidad. Hong Kong debería haber maximizado su libertad existente primero y después presionar por más. Hong Kong arriesgo todo y al final, ¿qué consiguió? Nada».
El recorte autoritario ha afectado asimismo al mundo académico. Sin embargo, Jean-Pierre Cabestan, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Baptista de Hong Kong, prosigue imperturbable con sus lecciones, amparado por una jubilación inminente. «No creo que fuera un error político, en realidad. Habrían conseguido el sufragio universal pero para una elección falsa, pues con candidatos cribados no hay elección», señala en su despacho con vistas al campus. «Con Xi Jinping estamos en una nueva etapa, para mí la colisión hubiera ocurrido antes o después». Y sentencia: «Hong Kong no será una democracia mientras China permanezca bajo un sistema de partido único».
Nada simboliza la libertad arrebatada como la memoria censurada de la matanza de Tiananmen. Las autoridades locales prohibieron en 2020 la vigilia anual con la pandemia por excusa, y en diciembre de 2021 retiraron varios monumentos que mantenían su recuerdo en el espacio público. Entre ellos, El Pilar de la Vergüenza, colocado en el campus de la Universidad de Hong Kong. Unas sillas de plástico ocupan hoy su lugar. «Nadie quiere sentarse, ¡están malditas!», bromea un profesor extranjero.
Futuro pasado
El pasado de Hong Kong ha quedado sometido junto a su futuro. La única respuesta subyace en aquello que el territorio todavía puede ofrecer a China. Wang encapsula su interpretación en un lema: «Cuando las cosas van bien, China necesita a Hong Kong. Cuando las cosas van mal, todavía más». Esta tesis hace referencia a su trascendencia como enclave financiero, donde la economía del gigante asiático se encuentra con el mundo. Entre 2010 y 2018, el 64% de la inversión directa entrante y el 65% de la saliente atravesó la isla. También aquí se comercializaban antes de la pandemia un 60% de los bonos nacionales chinos.
«En el futuro China quedará más aislada políticamente, por lo que el rol de Hong Kong como enlace se volverá más importante»
«En el futuro China quedará más aislada políticamente, por lo que el rol de Hong Kong como enlace se volverá más importante», incide. «No hay pretensión por parte de Pekín de convertir a Hong Kong en otra ciudad china, ¿por qué querrían hacer eso?». Son varios los expertos, entre ellos Cabestan, que caracterizan el proceso como una «singapurización», es decir, una extirpación de la dimensión política para blindar al Partido Comunista. «Singapur siempre ha sido un modelo. Allí la oposición nunca tendrá la oportunidad de controlar el Gobierno y tampoco se puede criticar a la familia Lee, eso es exactamente lo que Pekín quiere hacer. En Hong Kong sigue habiendo más libertades que en China».
Pero, ¿qué puede ofrecer Hong Kong a sus ciudadanos? Para muchos, solo un sitio que abandonar. Tom calcula que la mitad de sus conocidos se han ido o están pensando en irse. Él mismo pronto dejará atrás los edificios espigados sobre calles de nombres británicos, su hogar. No quiere revelar adónde se dirige. «Es triste, pero los chinos tenemos esa cultura de explorar el mundo. Nuestros abuelos ya experimentaron la necesidad de emigrar». ¿Qué queda, pues, de un lugar cuando deja de ser lo que era? En realidad, la apariencia. «Sabíamos que este momento iba a llegar y ya está aquí. Primero pensamos que sucedería en 1997 con la devolución de soberanía. Hemos resistido veintiséis años más».
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